Fecha triste

Escribe Roberto Díaz

Entre los tantos episodios dramáticos, alegres, patéticos, trágicos, heroicos y emblemáticos, la Segunda Guerra Mundial dejó esta historia que, para muchos descreídos (o nazis) es una patraña y, para otros (creemos que la gran mayoría) es auténtica y triste.

En principio, hay que decir que hubo muchas familias que, durante la guerra y cuando las tropas alemanas invadían las ciudades y pueblos, optaban por ocultarse. Sobre todo, familias de origen judío que sabían que, si eran descubiertas, les esperaba los campos de concentración y, por ende, la muerte.

Este día, 2 de setiembre, pero del año 1944, una pequeña patrulla alemana, seguramente alertada por un vecino, cayó sobre el edificio y halló, en su trastienda, dos familias de judíos escondidos durante la friolera de casi dos años.

La pequeña patrulla nazi, además de detener a los que estaban ocultos, allanó el lugar, rompió todo lo que se podía romper, robaron otras cosas y dejaron, tirado en el suelo (los nazis nunca fueron partidarios de la cultura; por eso, un personaje deleznable como el Mariscal Goering dijo: “cuando oigo la palabra cultura, saco el revólver”) un pequeño cuaderno que era el diario de Ana Frank, una jovencita alemana, hija de uno de los dos matrimonios reunidos en ese escondite.

Esto ocurrió en la ciudad de Amsterdam, Holanda y ese dos de setiembre de 1944, a menos de un año que la guerra finalizara, esta gente fue a parar a los campos de concentración.

La niña Ana Frank murió de tifus en uno de esos campos y también su familia. Sólo su padre sobrevivió, según la historia, y fue el encargado de perpetuar la memoria de su hija, cuando, terminada la guerra, una amiga de Ana y de la familia, que los había ayudado durante el ocultamiento, le entregó el cuaderno que había encontrado en el suelo, en aquel escondite de un edificio holandés.

“El diario de Ana Frank” fue, desde entonces, un testimonio de vida en cautiverio; de cómo el ser humano es capaz de resistir las cosas más inhóspitas con tal de preservar su vida. Esas ocho personas, encerradas en aquellos pocos metros cuadrados, defendieron su existencia con mil y una argucias hasta que, lamentablemente, en una fecha triste que, hoy, se conmemora, cayeron en las garras del poder nefasto del nazismo.

Más tarde, se dijo que el diario de Ana Frank no existió. Que todo fue patraña del sionismo internacional. Lo mismo se dijo de los cadáveres y semi cadáveres encontrados por miles de soldados norteamericanos, ingleses, franceses y soviéticos, cuando entraron a los campos de exterminio. El fanatismo y la obcecación hacen que muchos cierren los ojos a la realidad.

Lo cierto es que “El diario de Ana Frank” es un bello libro, a pesar de su dramatismo y de su horror. Cuenta las vicisitudes de esta adolescente, que está en el umbral de su vida y de sus sueños, coartada por los episodios sombríos de una guerra que no la deja gozar de paz y libertad.

robertodiaz@uol.com.ar

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