Estado de inocencia

Escribe Roberto Díaz

Un ejemplo de realidad: un pequeño gato, curioso como todos los gatos, inocente en su poca vida, observa una estufa que está encendida. Y como los gatos suelen ser friolentos, se encarama a la estufa. Huye espantado; ha sentido el calor intenso sobre su pelambre. Nunca más, deberá subirse a un artefacto de estos.

Lo mismo nos sucede a los humanos. Comenzamos no teniendo noción del peligro, gateamos hacia lugares que son muy riesgosos, somos capaces de subirnos a una escalera hasta que nos caemos, nos golpeamos, nos damos cuenta de que esas cosas no debemos hacer si queremos preservar lo más importante que tenemos: la vida.

El poeta William Blake dividía a la vida en dos estadios: la inocencia y la experiencia. Para el genio de Blake, la experiencia era la reina de todos los males, era la que llevaba al Hombre a perder su patrimonio de belleza y candor.

Algo así nos cuenta la Biblia cuando los primeros habitantes Adán y Eva perdieron su paraíso por dejarse tentar.

De allí en más, nosotros, los humanos, navegamos en este enigma, en esta paradoja. Queremos ser puros, pero la impureza nos desgasta. Vivir implica atravesar un territorio que salpica, que nos va haciendo perder muchos atributos importantes.

Amamos a los niños porque nos recuerdan la Inocencia, ese estado del alma que, aún, no se ha contaminado. Pero apenas empezamos a vivir, nos acechan esos “monstruos” que, muchas veces, nos lleva al escepticismo y al desencanto.
Pero debemos reconocer que, años ha, el hombre vivía con más inocencia que ahora. A nadie se le iba a ocurrir que si un forastero, a la puerta de su casa, le pedía un vaso con agua, iba a querer asaltarle o quitarle lo que tenía. Por eso: la solidaridad, la entrega, la buena intención, la creencia.

Los gobernantes tienen mucho que ver con este escepticismo actual, con esta perversidad actual. Fueron incapaces de hacer docencia, de enseñar la Bondad. Aparecieron los cínicos y el poder se tiñó de cinismo. No cumplir sus promesas preelectorales, llevó a la incredulidad. Hoy, son definidos todos ellos como un hato de inescrupulosos y mentirosos, con esos doble discursos que sirven para fomentar la incertidumbre y la desconfianza.

El mundo entero se ha cubierto de una pátina que huele mal. Aparecieron figuras como la del terrorista, un cobarde cuya perversidad lo lleva a cometer actos criminales amparándose en el anonimato.

Los hombres de otros siglos, exorcizaban la violencia a cara limpia, a suerte y verdad. Esa frontalidad no los redime, pero los justifica mucho más que este hombre de hoy.

Ese “pecado original” del que habla, sabiamente, la Iglesia; esa metáfora sobre el Bien y el Mal, es la clave para entender esa dualidad de Inocencia y Experiencia, de la que hablaba el viejo Blake.

Y esa condición, esa lucha dialéctica, se ha vuelto esencial para entender la existencia, para proceder como un guerrero de la Luz, por el simple premio de ver triunfar, por sobre todo, la Dignidad.

robertodiaz@uol.com.ar

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