“El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, Monseñor Rubén Frassia en sus reflexiones radiales se refirió al Evangelio según San Lucas 14, 25-33 (ciclo C).

Es un texto simple pero que nos dice algo muy importante: el discípulo tiene que seguir al maestro. Nosotros tenemos que seguir a Cristo por fe, por lo que nos dice el Evangelio y por lo que nos dice la Iglesia.

Este seguimiento, que es realizar la voluntad de Dios, se tiene que hacer por convencimiento, por persuasión, no por obligación ni imposición; es la suavidad con la que Dios se nos comunica para poder entender el Amor de Dios y lo que significa seguirlo a Él.

Cuanto uno más ame a Dios, va amar más a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos. El Amor de Dios no es competitivo con otros amores, pero es el centro de lo que significa el verdadero amor que nos humaniza y nos ubica ante todas las realidades.

En segundo lugar, el discípulo debe cargar la cruz, como la llevó el Maestro, y renunciar a muchas cosas.

A veces algunos acusan a la Iglesia, al cristianismo, de vivir siempre “haciendo gala” de renunciar. Es importante la renuncia, porque ella significa poder ser más, poder seguirlo y educarnos en lo que ello significa.

Doy un ejemplo: hoy en día la sociedad no nos ayuda a pensar; muchas de las cosas que nos transmiten, o se nos comunican por televisión, o por el medio que sea, no tienen sentido para nada, o sea sentido cero; ¡y la gente a veces se conforma con eso y consume el no tener sentido de nada!, ¡consume “para reírse” o “para pasarla bien”!, ¡pero pierde el sentido!

Una de las grandes tragedias de este tiempo, es perder el sentido de las cosas: el sentido de la vida, de la familia, de lo personal, de los otros, del amor, de la belleza, de la política, de lo social, del bien común, ¡el sentido de las responsabilidades!

Tenemos que seguir buscando, seguir pensando y seguir haciendo dócilmente la voluntad de Dios. ¡Tenemos que volver a educarnos! ¡Nos falta el sentido de la educación! ¡Nos falta encausar nuestra vida, de nuevo, en aquello que es fundamental!

Tenemos que ser discípulos y fieles al Maestro. Lo propio del Maestro es su paciencia; lo propio del discípulo es su apertura, fidelidad y docilidad.
Hoy es necesario volver a aprender en lo propio, en lo personal, en lo humano, en lo fraternal, en lo social, en lo eclesial, que busquemos y cumplamos la voluntad de Dios para ser más libres y producir mucho más. Que podamos amar a Dios amando a cada uno de nuestros hermanos.

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