El gaucho y una opinión de época

Escribe Edgardo Cascante

En 1880, cuando estaba muy latente el pensamiento de Alberdi, favorable a una inmigración de rubios, el diario El Pueblo de Barracas al Sud publicó un análisis social de Domingo Martinto en defensa del gaucho. Años después, ya muchos escribían en esa misma línea.

Martinto (1859-1898), según Borges fue -en el orden cronológico- el primer poeta de los barrios porteños. Cuñado de Rafael Obligado, dejó su obra en dos libros: “Poesías 1880-1888” Coni 1888, y “Poesías” Peuser 1892.

Exhumamos después de ciento treinta años aquella interesante nota publicada el 8 de agosto de 1880, cuando todavía existían los gauchos más genuinos en las pampas agrestes.

“El Gaucho (estudio social)” por Domingo Martinto
“La poderosa corriente de la civilización destruye todo en su rápido curso.

Nuestras costumbres primitivas, simples como la inocencia, han muerto sofocadas por el lujo de la vieja Europa. Apenas si algunas de ellas, salvadas accidentalmente del naufragio, descuellan todavía en medio de nuestras cultas ciudades.

El gaucho, ese tipo puramente nacional, nacido en medio del desierto a la sombra de los ombúes, ha sufrido también profundas modificaciones. El gaucho arrogante, el hombre sin más voluntad que la suya, ha doblado la frente delante del primer alcalde, y ha sido durante muchos años la causa inocente de nuestras tristes revoluciones.

En balde algunos de ellos han huido lejos de los hombres, en medio del desierto.
El aire corrompido de las ciudades los ha perseguido en ese lejano refugio, y su atmósfera ha penetrado en esos pechos que sólo deberían respirar el poderoso aliento de las pampas. Sin embargo nuestro paisano conserva todavía un resto de independencia, y a veces, cuando ve que todos luchan por hacerlo instrumento de sus vicios, toma su caballo y vuela a sepultarse vivo en medio de las desiertas llanuras.

Allí, tendido sobre la verde hierba, a la sombra del árbol amigo, canta tristemente al son de la guitarra los dulces recuerdos de su vida.

¡Ah! Si habéis visto alguna vez en medio del desierto ese poético personaje ¿por qué lo habéis condenado de haragán y de bandido?.

Nunca fue haragán, nunca fue bandido. Un poder sobrenatural empuja su imaginación al sueño, y ese pobre paria de nuestras sociedades civilizadas, necesita buscar en los cielos y en la llanura un bálsamo calmante para sus dolores.

La contemplación, la abstracción completa del universo que lo rodea, he aquí la sola cosa que busca el gaucho del desierto, he aquí la sola necesidad de su espíritu soñador.

La carne y el agua, sus únicos alimentos, el cielo los derramó a manos llenas en las inmensas llanuras.

¿Qué necesita pues el gaucho? Todo lo tiene por sí…
Las necesidades llegan sin embargo. La carne es cara, el desierto tiene sus propietarios, los caballos se venden a la vieja Europa, y el gaucho tiene que retirarse en un pedazo de tierra, tiene que fabricar un albergue para sus hijos, tiene que empuñar un arado para robarle a la tierra sus tesoros.

Entonces una nube oscurece su frente, sus ojos se revistan de profunda melancolía. Pero resuelto y firme se lanza al trabajo con el orgullo del hombre libre, esclavizado sólo por las leyes del Universo y las necesidades de la vida.

¡Qué diferencia de ese rústico europeo, doblado por el peso del trabajo y de las privaciones…! No existe en él la arrogancia del gaucho, y por más que digan muchos, no es más ilustrado que el hijo de las pampas…

¿Cómo podríamos un día difundir en nuestras inmensas campañas la instrucción popular? … dentro de algunos años, apurado por las nuevas necesidades, el gaucho entrará por sí mismo en la vía del progreso, y sólo entonces conocerán su poderosa inteligencia los que hoy día, sin razón lo calumnian.”
8 de agosto de 1880

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