El colado

Judith Gómez Bas escribe en su columna “Aquellas cosas” sobre este personaje pintoresco.

“Siempre está listo el colado
para asistir a un velorio,
cumpleaños y casorios,
o cualquier otro estofado.”

Hubo y habrá siempre: personajes pintorescos que calan profundo en el corazón del barrio. Pero el colado fue el máximo exponente de un tiempo que solo está en la memoria.

Divertirse no era para los pobres, el trabajo escaseaba y ni que hablar del dinero. Había que ingeniárselas para salir de la monotonía de la barra esquinera, de los rasgados de una viola desvencijada, o escuchar por centésima vez “En un viejo almacén del Paseo Colón,…” por la orquesta de Canaro, en el antiguo fonógrafo de la casa.

Aunque el barrio era humilde, de vez en cuando, algún acontecimiento provocaba curiosidad en el vecindario. Es ahí cuando el colado entraba en acción. Si se trataba de un velorio, la cosa era fácil. Todo estaba minuciosamente calculado, para cumplir con su cometido. Vestirse con ropa oscura. Llegar con el rostro compungido. Observar, previa visita al finado, quienes eran los deudos para estrechar su mano con un lacónico “no somos nada”, y desplazarse sigilosamente hacia la penumbra del patio, donde la barra del boliche hace el aguante, entre pocillos de café y licor de mandarina. Entonces él, el caradura de marras, sacará a relucir su colección de cuentos verdes, los clásicos cuentos de velorios.

La cosa es diferente cuando se trata de un casamiento. Aunque pondrá en juego todas sus artimañas para salir bien parado. Trajeado con sus pilchas domingueras, peinado a la gomina Brancato, unas gotas de Agua Florida en el pañuelo que asoma del bolsillo superior del saco entallado, saldrá lo más orondo, rumbo al casorio. No cabe duda que tomará todas las precauciones y entrará justo en el momento oportuno.

¡Qué linda está la novia!, será la frase que lo pondré en contacto con los demás. Pronto sabrá el nombre de los novios y hasta el del padrino.

En el patio adornado con farolitos de papel, flotará en el aire, la melodía de «Danubio Azul» y los novios girarán embelesados al compás.Entonces, el colado, ¿por qué no?, pedirá permiso para terminar de dar vueltas.

El chasirete metida su cabeza entre los pliegues del paño negro, registrará la escena.

Cuando los recién casados vuelvan de su luna de miel en el Tigre y contemplen el álbum de fotos, exclamarán al unísono:… “Y a éste, ¿quién corno lo invitó?…”

“Con su cara de cemento,
de rondón entra a la fiesta.
La mirada siempre alerta
no lo abandona un momento.”

Hasta la próxima.
mabel_alsina2004@yahoo.com.ar

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