El Bien y el Mal

Escribe Roberto Díaz

Los seres humanos tenemos todo el derecho de definir a las cosas en forma absoluta; las “zonas grises” hay que dejárselas a los intelectuales, pero el hombre, la mujer del común observa a la vida con mucha más simpleza y tiene razón: hay una escala de valores que impone el “sentido común” y, en esa escala, las cosas no pueden determinarse con tibieza. “Al pan, pan y al vino, vino” reza un refrán popular. Y está bien.

Los que llamamos “juristas” se han ido enredando en sus propios galimatías conceptuales. Y la experiencia indica que, cuando uno comienza a querer elaborar los asuntos de la realidad, termina intrincado, de tal manera, que ya, después, no es capaz de discernir qué es verdad, qué es mentira, qué es el Bien y qué es el Mal.
Si fuéramos menos complicados, encontraríamos que hay seres que son deleznables e imposibles de redención. Ni los santos ni las santas conseguirían logros. Es gente que ha nacido con problemas muy serios y eso es imposible de revertir.

La gente del común lo sabe y, entonces, aplica una justicia que no es la de las leyes en boga, pero, seguramente, tiene más sentido que todos los libros juntos.

Por ejemplo: a la gente del común no se le ocurriría ir a investigar a la víctima. Una víctima es víctima aquí y en la China; menos para la justicia que, mediante los artilugios del caso, es capaz de transformarla en un repugnante victimario.

Por eso, es que hay jueces que dejan en libertad a consumados violadores, gente que tiene un sin fin de hechos aberrantes y que, sin embargo, siempre encuentran un resquicio para volver a la calle y seguir cometiendo fechorías.

En ese galimatías del que hablamos, los “juristas” son los que empiezan a hablar de “penetración” y “no penetración”, “intento” y “consumación”, lesiones que recibió el victimario cuando la víctima se defendía y le juegan en contra a la víctima y una serie de vericuetos más que son elucubraciones intelectualosas o hipocresías montada por esa profesión que se ha vuelto tan compleja y, a la vez, inocua.

La justicia aplicada con tantos “razonamientos” y vueltas, ya no es justicia. Se convierte en un juego de intereses donde el poderoso siempre triunfa y el pobre diablo (que no puede ejercer una defensa como corresponde) termina en el rol del canalla.

Por eso, la gente del común habla de “fallos aberrantes” y tiene razón. Asesinos que salen en libertad o que les dan condenas irrisorias. Descerebrados públicos que atropellan a gente indefensa (porque están borrachos o drogados) y siguen conduciendo automóviles. Hay una gama infinita de asuntos que no se resuelven y quedan en el “limbo” de una justicia que no es tal, sino una farsa montada para guardar las apariencias mientras, cada vez más, todo se transforma en una mascarada, a veces trágica.

Esa impunidad que dan los fallos actuales, hace que el común de la gente descrea de un sistema que, además de ser retorcido y cínico, es funcional al poder de turno.

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