El artista pobre y proletario: Cecconi

Escribe Antonio J. González

Su perfil desaliñado, su rostro rugoso y fláccido, los anteojos sobre una nariz filosa y en su boca la clásica pipa. Todo le pertenecía. Sonreía con la humildad del pensador, del trabajador manual, del creativo-obrero que pintaba, o grababa sobre metal o madera, o ilustraba poesías de sus amigos en aquellos años de los ’50 a los ’60, cuando su figura se mostraba familiar en los actos de Gente de Arte en Avellaneda o Impulso en la Boca. “Crece y se hace mozo en Avellaneda –comenta Gioconda de Zábatta- recibiendo las impresiones de la gente y el paisaje del Dock Sud e Isla Maciel, que más tarde debía plasmar en la tela, papel, linóleo, madera, metal”. José Mario Cecconi fue uno más de los miles que, aún niño, bajó de los barcos en los brazos de sus padres que venían de Italia. Se radicó con su familia en Lanús, cuando este distrito pertenecía a nuestra ciudad. Más adelante, luego de estudiar pintura con Santiago Stagnaro, se formó por sí solo como grabador. Aún joven e introvertido, se integra al grupo Bermellón, junto a José L. Menghi y otros artistas.

Es un trabajador que Gioconda define como un maestro del grabado y “vive sumergido en su fecundo mundo de imágenes, inclinado sobre su trabajo con pasión. Sólo interrumpiendo por momentos su labor, para valorar en un cuadernillo –que siempre lleva a mano- algunos pensamientos filosóficos que dicen de su precioso caudal espiritual”.

Enseguida este hijo de inmigrantes, “laburante” en diferentes oficios, logra cautivar a escritores y poetas, a los artistas plásticos que lo conocen más allá de sus obras, y a los jóvenes de entonces que descubren en sus acuarelas primero, en sus óleos después y en los xilografías y aguafuertes de su edad madura al Cecconi que retoma el perfil lúcido de un Facio Hébequer o de Pío Collivadino. Por esa seducción, el poeta Germán Berdiales le dedica algunas de sus poesías en su libro “Nuevo y viejo libro de mis amigos”. Cecconi se sorprende luego cuando el poeta Alfonso Alcaide publica en un diario de Lanús un poema también dedicado al artista.

El crítico Eduardo Baliari, por su lado, lo describe como un artista que “encuentra una manera de comunicarse con el espectador, humilde, profunda, humana”. Pero esta admiración de los hombres de la literatura hace eclosión con la “cantata” que el escritor y periodista Leónidas Barletta le dedica y fue publicada por la Editorial Metrópolis con el título “Cecconi, todo el Riachuelo” completando una enunciación de miradas e imágenes sobre este hombre humilde, artista “pobre” y “proletario”.
“Era el tiempo del Hombre –dice Barletta- cuando un artista / antes de rebajar su arte por dinero / se hacía proletario. / Así, Cecconi, artista / para llevar el pan a su familia / a las tres daba fin a la bohemia / con el lucero añil de la mañana / y a las cinco, al trabajo con la aurora, / en el taller oscuro y crepitante. / Un puñado de estopa / en las manos grasientas / y en los labios delgados / una enigmática sonrisa / de obrero y artista.”

“Y es tan pobre / como el primer día / en que don Pío Collivadino / le discutió el contorno de una pera…” continúa el escritor. “Veo a Cecconi proletario / con su perro y su loro / y su caja de pomos / y a la pobre señora renegando / por el olor a tinta del rodillo de entintar / y sacar copias a dedo / del grabado en peral o palo santo”.

Se trata de uno más de esos forjadores –casi anónimos, casi abandonados por la memoria- que han dado imágenes, metáforas y realidades que alguna vez fueron un ícono de este territorio: las fábricas, el Riachuelo, las calles empedradas… “…en la obra que conmueve / sincera, primitiva, penetrante / como todo lo que vive y palpita / y nunca muere”, concluye su cantata el memorable director de “Propósitos. Es toda una radiografía.
ajgpaloma@hotmail.com

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