“El alma a la vereda”

Por Constanza Elis Luna Reis, Licenciada en Curaduría e Historia del Arte.

La vida cotidiana merece ser vivida con capacidad de asombro, como la mirada de un niño que todo lo sorprende, todo lo agradece, todo lo cautiva.

Así descubrimos la belleza escondida en cada rincón, y al final del día somos como una especie de carrete de fotos, un álbum que captura y colecciona el arte, mucho más que cualquier coleccionista; porque no hace falta poseer el arte para que sea mío, basta con que me atraviese la vida.

Estamos hechos de todo lo que contemplamos, lo que admiramos, lo que amamos.

Y resulta tan sagrado y trascendente, que Dostoyevski decía: “la belleza salvará al mundo”.

En esta búsqueda el artista e investigador, Lorenzo Lavaissiere, llevó su proceso artístico a la
calle.

 

Todo comenzó cuando Eduardo Soriano, el dueño de un edificio (ubicado en Gelly y Obes
86, cruce con Mariano Moreno, justo frente al hipermercado Coto de Sarandi, en Avellaneda) se contacta con él para pedirle un mural que restaure y transforme la fachada dándole un nuevo aspecto.

Lorenzo que es un artista inquieto, multifascético, entre sus creaciones venía trabajando en una serie de pinturas que llamó “Paisajes del alma”, donde asimila lugares que ha recorrido.

Lorenzo tiene baja visión severa, cuenta con el 20% de su vista, por lo que aquellos paisajes los reinterpreta de manera sensible, “desde el alma”.

La composición desde la mancha, la pincelada suelta y matérica, los colores saturados y sus cielos, esos cielos tan característicos de Lorenzo, que se arremolinan y se serenan poéticamente.

Es así que planteó la posibilidad de llevar su serie “Paisajes del alma” a gran escala, trasladando su pintura al mural.

 

Comenzó restaurando las paredes, trepando valientemente por su condición visual a los andamios.

 

El primer desafío sobrevino cuando descubrió que su plan original de proyectar el boceto sobre la pared no era viable, por lo que con la colaboración de algunas personas que “le prestaron sus ojos” y tomando como referencia las aberturas del edificio, que se disponía en ochava, logró plasmar los primeros trazos.

Poco a poco, música y mates de por medio, el mural fue cobrando vida, de tal modo que todo aquel que pasa por aquella esquina queda movilizado. El cielo del mural se confunde con el cielo real y el paisaje panorámico parece abrirse a la tridimensionalidad. Podemos sentir como si estuviéramos a punto de perdernos en ese bosque, y a medida que lo recorremos descubrimos detalles, como un helicóptero con el que resolvió un aparato de aire acondicionado pudiendo incorporarlo a la pintura, una pequeña casa donde percibimos el calor del hogar y ese niño con su padre, que le señala hacia algún lugar lejano…muchos se preguntan ¿hacia dónde está señalando?

Los intensos rojos, naranjas, rosados, violetas y azules, parecen encenderlo en infinitas posibilidades. Según los distintos horarios del día, la luz del sol incide en el mural y juega a
iluminar los colores y enfatizar matices de diferentes maneras.

Ya no es una cuadra más, Lorenzo nos dejó en su amada Avellaneda natal un pedacito de su alma. Los vecinos atesoran esa dosis de arte cotidiano que les transforma el día, cada vez que cruzan por allí, donde estará esperando a todos los coleccionistas de la vida que quieran dejarse conmover.

El mural cuenta con un cartel con los datos de Lorenzo, Lic. en Artes Visuales, para el que quiera seguirlo y conocer mejor su trabajo (IG:@lorenzolavaissiere.art), y porqué no, compartir en las redes y viralizar este rincón urbano.

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