Duelo en la Tercera Edad, un reencuentro con el espacio subjetivo

Escribe la Lic. Andrea Fabiana Varela Seivane.

Esta edad de la vida provoca cambios significativos en todos los niveles de funcionamiento físico y psíquico, que llevan al sujeto a efectuar una serie de adaptaciones a esta nueva condición. Esas modificaciones operadas y, aun, operantes, implican que el sujeto deba desaferrarse de objetos (aun cuando uno sustituto esté aguardando), y representaciones (imagines), por lo que ingresa en un proceso de duelo.

La instancia psíquica involucrada en esta situación es el yo y debe realizar un trabajo intenso. El cuerpo sufre impactos, la posición social se altera, la personalidad debe estructurarse en función a la experiencia actual de vida.

El sujeto debe intervenir, efectuando un trabajo intrapsíquico destinado a atenuar el dolor que normalmente acompaña a una pérdida psicológica significativa. El yo debe luchar con la imagen internalizada del objeto perdido, que produce dolor y nostalgia. El trabajo de duelo es una lucha intensa e interna para poder desprenderse de la relaciones de objeto y es, generalmente, dolorosa.

La energía volcada sobre el objeto vuelve al yo, pero para que esto tenga una resolución normal, es necesaria la capacidad para reinvestir objetos del mundo externo, lo cual llevará a la disolución del dolor por lo perdido. El duelo por la pérdida es una ardua lucha del yo, que debe estructurar el esquema corporal y rediseñar su representación mental.

Dice Freud que en el curso de nuestra existencia vemos agotarse para siempre, la hermosura del cuerpo y del rostro humano. Esa característica de transitoriedad, de padecerlo, que tiene el cuerpo, no lo desvaloriza, ni limita en el sentido estético, ni el orden del goce. Señala que este duelo puede resolverse, si el sujeto puede renunciar a “todo” lo perdido, incluyéndose en ello, el cuerpo y todos los duelos anteriores no superados. En esas circunstancias, la libido quedará en libertad para investir nuevos objetos, posiblemente tanto o más valiosos que aquellos perdidos.

En todas las edades de la vida existen resistencias de mayor o menor grado para investir nuevas representaciones corporales propias. En la vejez, las modificaciones corporales implican rotundamente una lesión narcisista, en virtud de que no solo se ha perdido una condición anterior, sino lo que refleja el espejo, tiene características crecientemente decepcionantes. En ello tiene lugar, los valores predominantes en la cultura actual, donde la belleza y el vigor constituyen rasgos sobreestimados, que desplazan a todo otro ideal. Es decir, los modelos culturales condicionan al individuo, pues le informan desde donde debe buscar la satisfacción narcisista de ser reconocido y valorado. Ese cuerpo es, por lo tanto, decepcionante para el sujeto, en la medida que supone la desilusión del otro.

Si se produce una fijación en la imagen del cuerpo perdido, se constituye un duelo patológico, donde el envejecimiento corporal se convierte en una cruenta afrenta al narcisismo que provoca la ruptura entre la integridad psíquica y somática. Si esto predomina, el sujeto permanece adherido al penoso territorio de la nostalgia. A todo ello, se le suman los prejuicios culturales mencionados y los mitos tradicionales que adicionan un poder coartativo, por lo que el anciano se sumerge en múltiples abstinencias. Se abstiene tanto de lo genital, como de proyectos e ilusiones, mostrándose sin permiso (propio y ajeno) para las actividades genitales, ni para las sublimaciones.

Ese deseo cultural de negar la existencia de la expresión genital en el anciano, de prohibirlas y de ridiculizarlas, actúa como una verdadera represión, al restringir la manifestación de contenidos vitales. Si se somete a esas limitaciones, expresará su sexualidad por la vía regresiva, apareciendo entonces, intereses relacionados con lo digestivo y lo intestinal, o preocupaciones en cuanto a la alimentación, a las que son tan propensos algunos ancianos.

La elaboración adecuada del duelo por la pérdida del cuerpo potente, supone su recuperación a partir del reconocimiento, donde el contacto táctil opera como vía de salida. De esta forma, a partir de la sensorialidad y los estados afectivos positivos, se facilita el reencuentro con ese espacio subjetivo que es el propio cuerpo y su esquema corporal.

Licenciada en Psicología
Andrea Fabiana Varela Seivane
MN 34156
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