Dr. Carlos Alma, un ejemplo de vida y de vocación de servicio

Fue pediatra de Wilde durante 40 años.

El Dr. Carlos Alma fue un reconocido médico clínico y pediatra de la localidad de Wilde, que desempeñó su vida profesional con una gran generosidad y vocación de servicio.

Carlos Alma nació un 24 de marzo de 1924, en Capital Federal.

Desde chico, se destacaba en la escuela como un niño al que le gustaba estudiar y que no tenía dificultades en el ámbito académico. El joven Alma era un excelente alumno, que había rendido libre 5to. y 6to. grado inferior, libre.

En su adolescencia soñaba con ser ingeniero, pero en 4to. año de la secundaria se cruzó con la Matemática y con una profesora que según él recuerda, no se la explicó muy bien, por lo que pronto desistió de aquella carrera que veía como muy difícil.

Fue entonces que Carlos, el menor de cinco hermanos, incentivado por una hermana que era dentista, se volcó a la medicina. Había terminado la secundaria a los 16 años y a los 24 ya era médico. «Metía ocho o diez materias por año porque me mantenían y no quería desperdiciar el tiempo», contó orgulloso el Dr. Alma de aquella época sacrificada pero gratificante de su formación profesional.

Tan estudioso era, que el día anterior al examen final para recibirse, se levantó a las cuatro de la mañana para estudiar hasta la una de la tarde, porque no se quería perder un partido importante de su querido Racing Club.

Cuando se recibió, en 1948, empezó a atender junto a su hermana (la dentista), que tenía un consultorio grande y le cedió una parte. «Ella se quedó con 3 ½ metros y yo atendía en 2 ½. Así estuve un tiempo, pero después me puse de novio y había que casarse; y el problema era la vivienda. Porque al igual que ahora, para quien empieza de cero, sin plata, era muy difícil», recordó el facultativo, que en sus inicios se ocupaba de la clínica médica.

El flamante doctor tenía que resolver esa situación habitacional. Por un lado, en Capital las propiedades eran bastante más caras que en provincia. Pero además había que tener en cuenta algunas cuestiones fundamentales. Carlos y su futura esposa Linda (que desde el día en que se casó con él, pasó a ser Linda de Alma –broma histórica de la familia-), no podían mudarse cerca de un lugar de asistencia pública o al lado de un médico que hubiera estado muchos años en el barrio. A su vez, la casa o el departamento tenía que ser apto para instalar su consultorio. En ese contexto, el Dr. Alma debía encontrar un ámbito confortable que le garantizara poder trabajar.

Entonces surgió una propuesta que cerraba por todos lados. Su cuñado, el hermano de su esposa, tenía una clínica que iba a desocupar. El tema era que quedaba en la remota localidad de Wilde. «Yo pensaba que tendría que mudarme al medio del campo y hasta me imaginaba cruzarme con una tribu de indios», dijo con un chiste Carlos, dejando en claro que por entonces la ciudad en la que fue pediatra durante 40 años, era una zona bastante despoblada e incipiente.

Pero la propiedad era ideal. Contaba con un consultorio; disponía de una sala de espera amplia; ¡tenía teléfono!, que por esa época tardaban 30 años en colocarlo y su ubicación era perfecta: a tres cuadras de Las Flores, a otras tres de Av. Mitre y cerca de la Estación. Y por si fuera poco, el dueño le respetó un módico precio del alquiler.

En esa época, El Dr. Alma era médico legista de la Flota Fluvial del Estado y además hacía pericias en los tribunales, por lo que su modesto sueldo y algunos honorarios extras, le alcanzaban para pagar el alquiler y los impuestos. Sus ingresos netos saldrían entonces de lo que «diera» el consultorio.

En el camino, se agrandó la familia. Los chicos crecieron y el Dr. Alma pensó en el futuro de sus tres hijos.

«Cuando empezaron la secundaria empezó el problema. ¿Qué harían después en la facultad? Se la iban a pasar viajando como yo, que todos los días venía hasta el Hospital Argerich. Entonces decidí mudarnos nuevamente. Mudar a mi familia, no al consultorio», recordó quien fue uno de los primeros pediatras de Wilde.

El Dr. Alma puso una casera en su consultorio de Wilde, donde siguió atendiendo, y mudó a su familia a Barracas, para que todo estuviese más a mano y sólo él tuviera que trasladarse.

Alma, que originalmente fue médico clínico, encontró en Wilde un territorio virgen para desempeñarse como pediatra.

Por esos años, no existían las obras sociales ni todo el servicio asistencial a domicilio del que se dispone en la actualidad. El Dr. Carlos era el típico médico de familia, de barrio, que estaba disponible las 24 hs., los 365 días del año, para cualquier urgencia.

Cuando a los 65 años lo jubilaron por decreto, lamentó no poder seguir trabajando, porque se sentía bien, física y mentalmente. En lo económico, no tuvo mayores sobresaltos, aunque tuvo que «bancar» las carreras de sus tres hijos, que hoy son profesionales exitosos en ingeniería, medicina y contabilidad, respectivamente.
«Tuvimos suerte, porque salieron todos estudiosos. Después nos tuvimos que aguantar un tiempo, hasta que se fueron casando, y ahí se alivió la situación», sostuvo sonriente.

Vocación de servicio
El Dr. Alma comentó que en esa época «había que trabajar, sábado, domingo, de día o de noche». Entre sus anécdotas más salientes, se acuerda la de un chiquito que se la pasaba vomitando y él se quedaba por la noche a cuidarlo, porque su madre tenía mucho miedo.

Una vez, en plena inundación, tuvo que ir a verlo una madrugada y el padre del chico le tuvo que prestar ropa y plancharle el pantalón empapado. Lo cómico fue tener que subir al colectivo rumbo al hospital con unos zapatos número 42, siendo que calzaba 38. «Esa fue una familia con la que nos hicimos muy amigos», rememoró emocionado.

O la historia de un obrero muy humilde, que lo llamó un día porque su hijo estaba con 40º de fiebre. Pero como no tenía para abonarle la consulta, le quiso dar al Dr. una plancha en parte de pago, hasta que consiguiera la plata.

«Yo le dije a ese padre desesperado: usted no está jugando, me llama por una necesidad. Quédese la plancha y cuando puede me paga y si no, no me paga. Y a los cuatro meses vino a pagarme la visita», dijo aún con asombro.

«Y si un chico seguía en observación, la segunda visita no la cobraba. Era para quedarme tranquilo yo, de que el paciente había mejorado», resaltó el médico.

En todo ese tiempo, el doctor se fue haciendo un vecino muy querido, a tal punto que las familias de sus pacientes lo invitaban a reuniones y fiestas de cumpleaños o casamientos de los chicos que iban creciendo y que habían sido sus pacientes.

Es que por entonces el médico era una figura muy importante en la sociedad y la confianza derivaba siempre en una gran amistad y en la retribución hacia su persona de toda su generosidad.

Era muy común que pinchara una goma y en seguida un vecino salía a cambiársela para que el Dr. no se ensuciara su delantal inmaculado.

O los vecinos que venían a hablar por teléfono a su casa, porque era uno de los pocos que había en el barrio.

En el camino, integró el Club de Leones de Wilde, que dependía de Estados Unidos. Luego pasó a ser el Club Argentino de Servicio, cuando fue la guerra de Malvinas. «Al ver que ellos ayudaron a los ingleses, nos abrimos, y en vez de fundirnos, fundamos una institución netamente argentina, que hace poco cumplió 30 años», resaltó el profesional.

Otra de sus pasiones tuvo que ver con el fútbol. Fanático de Racing, desde que tuvo uso de razón, no se perdía ningún partido de local y hasta hace un año, iba a verlo con uno de sus nietos. Pero ahora prefiere ver los partidos por la tele, porque le cansa todo el trajín de ir a la cancha, sobre todo porque la Academia juega casi siempre de noche.

«Fui durante 70 años a ver a Racing. ¡Qué no vi! Ahora no voy por conveniencia. Aunque a algunos partidos importantes voy. Pero tiene que ser de día, tiene que haber sol…» (Risas).

Después de tantos años de sacrificio, el Dr. Carlos Alma disfruta de los buenos momentos de la vida, rodeado de sus seres queridos.

«Ahora estoy tranquilo. Me gusta cocinar. Ayudo a mi señora y soy como un amo de casa. Mis hijos viven cerca, me veo seguido con mis nietos… Leo mucho. Me gusta mucho la historia y la geografía y me gusta enseñar. Soy un fanático del estudio. A mis nietos siempre los ayudé y ellos también son muy estudiosos», destacó orgulloso.
Así transcurren los días de este médico de los de antes, todo un ejemplo de vida y de vocación de servicio.

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