Daniel Bazán: “Aquí, en Avellaneda, se forjaron mis ilusiones”

Peluquero de “La Academia” y cantautor

Sabias fueron las palabras de su padre cuando le dijo que aprendiera un oficio que no se extinguiera jamás. Él, un poco vago para el estudio, pero guapo y aplicado para el trabajo, supo hacerse camino para desandar una carrera plagada de sorpresas.

Le hizo caso, nomás. Porque aprendió a cortar el pelo en una academia y, por obra y gracia del destino –porque las casualidades no existen- terminó siendo peluquero en “La Academia”. Pero también defendió contra viento y marea su vocación de cantor, su veta artística que empezó a conmover a propios y ajenos desde su juventud, allá en su Balcarce natal.

A diferencia de otros artistas, que sólo se hicieron famosos al pisar un escenario, Daniel Enrique Bazán logró trascender por partida doble. Sus instrumentos fueron la guitarra y la tijera, por igual.

El “polaco” Goyeneche manejaba un colectivo, “Palito” Ortega era cafetero y Adriana Varela era fonoaudióloga, pero todos ellos triunfaron cantando. Si bien Daniel prefiere autodefinirse cantautor, no reniega de sus orígenes como peluquero, un oficio que también le ha dado grandes satisfacciones.

“El arte es una vía que Dios nos pone en el camino para expresarnos. Es el medio de difusión de lo más interno que puede tener el ser humano. Se trata de volar a través de la pluma, de una nota musical o de una pincelada”. (Por qué no, también de un tijeretazo)

“Yo siempre quise cantar y pude hacerlo, pero la verdad es que mucha gente también me conoce por ser “el peluca” de Racing”, dijo Daniel Bazán, con su cálida tonada, típica de la gente del interior.

Desde muy chico, colaboró con su familia en las sacrificadas tareas rurales. “Todavía guardo callos en mis manos, porque hay trabajos que son muy duros”, mencionó Bazán, que aunque esté lejos de sus pagos, no deja de lado su impronta de gaucho.

El cantante comentó que “en el campo se escuchaba mucha radio. Era una compañera incondicional. Me acuerdo que esperábamos la cena en familia, para escuchar los radioteatros, porque no había mucho que hacer. Cuando anochecía, había que meterse adentro”.

Ya en su adolescencia, con la guitarra bajo el brazo, Daniel tenía claro qué quería hacer de su vida. “En primer año de la secundaria no quise estudiar más y en esa época, encontrabas laburo en cualquier esquina. Mi viejo era muy alineado en la parte moral, en el tema de la educación y en las buenas costumbres. Y cuando él se dio cuenta que yo no iba con el estudio, me dijo que tenía que aprender un oficio que me permitiera ganarme la vida sin tener que andar pidiendo limosna. Y en lo posible, un oficio que no se terminara jamás”, recordó Bazán, de sus gratos momentos de su juventud.

Así fue que aprendió el oficio de peluquero y empezó a trabajar en el Gran Hotel Balcarce, un lugar de paso obligado para todo aquel que visitara la ciudad. Iba a aprender a Mar del Plata, pero era más lo que Daniel se escapaba a la playa que lo que iba a las clases.

Después le tocó la colimba. “Pero nunca corté ahí porque no quería tener ningún privilegio. Aunque sí me animé cuando se armó un concurso de canto entre los destacamentos, y tuve la suerte de ganarlo. Y al tiempo de volver al pueblo con la baja, el gerente del Gran Hotel me fue a buscar a mi casa, pero para entonces, yo ya me había puesto mi peluquería propia”, rememoró el artista balcarceño.

Mientras tanto, el joven Bazán no alejaba su mirada del objetivo. Y como los pingos se ven en la cancha, no perdió oportunidad para salir a escena.

“Aprendí mucho en los torneos de canto en los que participé. Porque aprovechaba de los jurados que tenía enfrente y de los errores que me marcaban en las devoluciones”, sostuvo Daniel, al tiempo que agregó: “Es muy difícil subir a un escenario. Estudié música porque la técnica es fundamental. Pero en un momento hay que despegarse de la estructura para sacar el ángel de adentro”, afirmó el cantante.

Y el ángel de Bazán revoloteaba desde cerca. Su poesía y su música se fundieron en un abrazo y dieron a luz a uno de sus primeros éxitos. Una vez que volvía de Mendoza, mientras maduraba la idea de venir a probar suerte como cantante a Buenos Aires, se imaginó cómo sería su vida lejos de su pueblo natal y escribió su Canción a Balcarce.

Sin saberlo, su obra caló hondo en el corazón de un vecino, ciudadano ilustre. Es que cuando Juan Manuel Fangio la escuchó, lo mandó a buscar de inmediato y le pidió que se la cantara en medio de un asado privado.

“Sin querer, logré expresar en mis estrofas lo mismo que “el Chueco” sentía cada vez que se alejaba del pueblo para recorrer el mundo, a bordo de su fórmula 1”, reconoció orgulloso, el trovador.

La metrópoli de los brazos abiertos
Cuando se vino para la “gran ciudad”, pensaba en instalarse en capital. Pero como su padre era un viejo conocido del concertista -y fundador de una prestigiosa fábrica de cuerdas- Atilio Medina Artigas, fue éste quien lo refugió en su casa, ni bien llegó. Luego de unos días, don Atilio lo persuadió de quedarse a vivir definitivamente en Avellaneda. Y una vez instalado, se dio una excursión por el barrio, porque quería conocer la cancha de Racing.

“Dos señores en la puerta me vieron cara de pobre gaucho y me hicieron pasar para conocer las instalaciones y ver las vitrinas con los trofeos. (Uno de ellos era el intendente de la sede del club, Juan Carlos Ceballos)”.

“Yo estaba maravillado. Porque para la gente de interior el hecho de ir a club de tus amores, es como tocar el cielo con las manos”, enfatizó el cantautor, que admitió que hasta entonces no era tan futbolero.

Lo cierto es que le preguntaron a qué se dedicaba y él se presentó como cantor, que venía del interior a probar suerte. Le dijeron que si pensaba ganarse la vida con la música se iba a c… de hambre. Y le preguntaron si no sabía hacer otra cosa. Y cuando él mencionó que además sabía cortar el pelo, le ofrecieron ser peluquero en Racing. “Acá estaba don Carmelo, y su peluquería era una mesa de café”, le habían dicho.

A la semana volvió y ya tenía su lugar a disposición. Ahí armó su peluquería, que al principio no le rendía. Al mismo tiempo, buscaba algo con la viola, pero no aparecía nada. Entonces, así como cuando los goleadores rompen una racha y meten el primer gol que les abre el arco, a Daniel se le empezaron a abrir las puertas de la gran ciudad.

“Empecé a cantar en la peluquería y la gente de Racing me invitó a cantar en la confitería del club. Y una persona que me escuchó ahí, me ofreció cantar en el Teatro Roma. Yo no entendía nada. Una cosa llevaba a la otra y todo venía como anillo al dedo”, reconoció, entre risas, el peluquero cantante.

Lo del Roma fue muy promisorio y en seguida lo invitaron a cantar al Parque Domínico. “No sabía que contestar cuando me preguntaron cuál era mi cachet. Hasta ese momento había cantado en Balcarce, pero nunca me habían pagado un mango” (carcajadas).

Así fue como empezó a trabajar para la Secretaría de Cultura. Cantó en clubes, centros de jubilados, sociedades de fomento. “No paré nunca, porque me daban laburo y porque la gente me pedía”, resaltó “Peluca”, que una vez, estando en su bunker (la peluquería), apagó las luces, se preparó el mate, peló la guitarra y compuso Canto a Avellaneda, una canción popular que algunos consideran todo un himno.
A los 52 años, Daniel Bazán colabora con su barrio como presidente de la Asociación Vecinal Rincón de Arenales, con el objetivo de mejorar la zona y hacer de su cuadra -y aledaños- un lugar mejor.

Sigue cantando y componiendo temas y aunque considera que su ciclo en la peluquería está terminado, el mundo “académico” no lo deja ir.

Lejos de Balcarce, en el corazón de Avellaneda, su “querida segunda ciudad”, Daniel no se arrepiente de su venida. “Aquí se forjaron mis ilusiones”, finalizó.

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