Cuando la infraestructura también sirve para comprender la historia argentina
La arquitecta e historiadora Anahí Ballent, de la Universidad de Quilmes, explora cómo las decisiones sobre la urbanización reflejan las narrativas políticas y sociales que marcan el curso del país.
¿Cuántas veces se cruza un puente sin pensar en lo que significa, en lo que oculta bajo su estructura? Para Anahí Ballent, cada puente, cada calle asfaltada y cada vía férrea son más que simples infraestructuras: son relatos, son testigos de las batallas, los proyectos y las fracturas de la Argentina. “Un puente no es solo un cruce de caminos, es un cruce de historias”, dice a la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes. Para ella, la historia está en cada esquina, entre los nacimientos de las obras públicas que tanto acompañan y definen, pero que rara vez se pregunta quiénes las soñaron, quiénes las pagaron, y a quiénes realmente benefician.
Ballent llegó a la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) en 1998, cuando la institución apenas comenzaba a construir su propia historia. Pero a ella no le interesaba seguir los tradicionales pasos de la arquitectura; su inquietud era otra: ¿qué historias contaban esas estructuras que rodean al ser humano? Como arquitecta formada en la Universidad Nacional de La Plata y doctorada en Historia por la Universidad de Buenos Aires, entendió pronto que las infraestructuras no solo eran producto de la modernidad, sino de un poder que decidía qué áreas del país se urbanizaban y cuáles quedaban al margen.
Ballent forma parte del Laboratorio de Estado, Espacio, Tecnología y Cultura, una unidad de investigación radicada en el Centro de Historia Intelectual y el Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología de la UNQ. En este campo interdisciplinario, la historia y la arquitectura se entrelazan para examinar cómo las decisiones urbanísticas reflejan las tensiones políticas y sociales. Aquí, más que simples planos, se estudian relaciones ocultas: la exclusión de sectores, las promesas incumplidas del progreso, y las huellas de una nación que no siempre se construye de manera equitativa. “Un puente no es solo para unir dos puntos, es un símbolo de quiénes pudieron construirlo y quiénes quedaron atrás”, reflexiona. Y, en ese simple acto de cruzar, se revelan las brechas, las inequidades y los olvidos de la historia.
En 2022, Ballent asumió el desafío de llevar sus investigaciones más allá de los límites académicos y volcarlas en la colección Las ciudades y las ideas, de la Editorial UNQ. Con el mismo enfoque de quien se adentra en los recovecos de la historia, la colección intenta reconstruir una visión de las ciudades desde una perspectiva crítica, donde la infraestructura no es solo una cuestión técnica, sino un reflejo de las decisiones políticas que marcaron el curso de la nación. “No se trata solo de estudiar las ciudades como objetos estáticos, sino de entender qué narrativas fueron construyendo esas ciudades”, dice Ballent, con esa mirada que captura las tensiones entre lo urbano y lo social, entre lo que se construye y lo que se destruye.
Construir sin olvidar
Desde su cargo de profesora honoraria en la UNQ y como investigadora independiente del Conicet, es testigo de los desafíos que enfrenta el conocimiento hoy: la desconexión entre las universidades y la sociedad, la falta de apoyo a las investigaciones que realmente pueden transformar la realidad. Es en este contexto que rememora otros tiempos duros, como los años 90 y el 2001, períodos críticos en los que la comunidad científica argentina tuvo que luchar por su supervivencia. “Remontar la destrucción del sistema de I+D es un desafío muy grande”, dice con la calma de quien vio pasar muchas tormentas, pero que todavía mantiene la esperanza de un cambio. Y agrega: “La única manera de cambiar esa realidad es construyendo juntos. No es un trabajo de uno solo; todos tenemos que poner algo de nuestra parte”.
Sus palabras son el eco de un mensaje claro: solo se puede avanzar cuando se entienda cómo fue que se llegó hasta aquí. Quizás sea hora de mirar esos puentes, esas rutas, y entender que en cada viga, en cada piedra, hay una historia esperando ser contada. Y de paso, algo que se pueda aprender para el futuro.
Por María Ximena Pérez