Cronigrafía de la ciudad: Un hombre, un destino, Pascual Romano

Escribe Antonio J. González.

Hace ya varios años del fallecimiento de Pascual Romano, vencido por una dolencia cardíaca que amainó el dinamismo y la energía de este trabajador social. Me tocó conocerlo en plena acción cuando un grupo de vecinos decidimos cambiar la dirección de la Sociedad de Fomento y Cultura D.F. Sarmiento. Recuerdo cómo el fuerte respaldo de los vecinos produjo el cambio en una entidad que se había dormido en viejos pergaminos, en medio de las sombras y el letargo, en una época de reclamos populares y vientos renovadores.

Este quiebre beneficioso fue posible por el incansable empuje que “Pascualito” infundió a todos los que estábamos a su lado. Ambos vivíamos a pocas cuadras de la vieja entidad, como tantos otros protagonistas de aquellas jornadas. En cambio el que había sido su presidente hasta entonces, tenía su asiento en Dock Sud. Y para allá se fue más que volando.

De allí en adelante fue notoria la recuperación cultural y social de la entidad. Sus puertas de abrieron a los vecinos y pobladores de las inmediaciones y comenzaron a fluir las nuevas propuestas: Reconstruir la sede y salón de actos, abrir una biblioteca popular, gestionar ante los poderes públicos las diferentes demandas de la zona, cambiar ideas con todos en asambleas abiertas, organizar actividades y actos culturales y vecinales, etc.

La palabra y el compromiso de Romano eran dominantes. Toda idea posible y útil para los vecinos se ponía en marcha. Una de ellas fue la recuperación para los vecinos del terreno que ocupara la vieja cristalería en Av. Belgrano y Supisiche, por la cual se pidió rápida resolución en la Municipalidad y en la Provincia, durante algunos años, hasta que se expropió y comenzó la tarea de hacer allí una plaza pública. Luego de muchos pedidos, se inauguró el nuevo espacio recreativo, conservando en su centro la vieja chimenea de la fábrica, como un símbolo no solamente de la empresa sino del propio barrio proletario donde se ubicaba.

Hoy, esta plaza lleva el merecido nombre del viejo luchador.

Pero Pascual, como le decían en el barrio, no se limitó a trabajar y construir solidaridad desde la sociedad de fomento, sino que sus proyecciones iban más allá y tenía una concepción amplia de la problemática social, política y urbana de nuestra ciudad. Desde sus orígenes obreros, como trabajador del Frigorífico La Negra, se vinculó a Jesús Mira, también laburante en esa empresa y luego concejal, y se incorporó a las filas del Partido Comunista.

Su visión totalizadora de los requerimientos vecinales, lo impulsó a trabajar por la unidad y la fuerza mayor del movimiento fomentista en Avellaneda y logra, después de unos años, conformar la Federación de Sociedades de Fomento que retoma las inquietudes renovadoras e integrales de los antiguos congresos que se reunieron a partir de la década del ’30.

Esa militancia armónica y dinámica lo lleva a ocupar una banca en el Concejo Deliberante, donde se instaló con todas las banderas de su lucha vecinal, con un espíritu abierto y campechano, pero con la firmeza de sus convicciones. Del mismo modo, estuvo al frente de las organizaciones sociales y vecinales que consiguieron que Sarandi fuera declarada ciudad. Pero sus inquietudes iban más allá. Muchas páginas suyas fueron publicadas en este diario y en otras publicaciones que daban cuenta de su empeño por recuperar la memoria histórica y pulir las viejas reivindicaciones de la lucha ciudadana. Quedan hoy como el obligado testimonio de sus conocimientos y su amplia variedad de inquietudes. El apego por la acción cultural lo impulsa a organizar una variedad de actividades y actos culturales y artísticos en la sociedad barrial o en otros lugares de la ciudad. También a escribir un libro con la vida y obra del pintor Luis Mezzadra.

Lo vimos solamente declinar ante la implacable erosión de su salud, a partir de un colapso sufrido en el Centro de Cultura Popular de la Av. Mitre al 1100. A partir de este triste episodio, su movilidad se resiente, pero no su dinamismo intelectual y social. Sus recuerdos y sus vivencias eran escritos rigurosamente sobre el papel, con ayuda de sus hijas, y luego transmitidos en diarios y periódicos. Desde el comedor de su casa o desde su lecho de enfermo seguía ocupado en desentrañar la visión total de la sociedad, sin perder de vista ningún eslabón de la enorme cadena de responsabilidades y fidelidades.

Hoy lo recordamos. Hoy lo extrañamos. Hoy sólo podemos revivirlo para reconocimiento de una vida entregada a la acción común, solidaria y transformadora.
 

Antonio J. González

ajgpaloma@gmail.com

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