Cronigrafía de la ciudad: la altiva presencia de las palmeras

Escribe Antonio J. González

Algunos lectores podrán pensar que Avellaneda no es una ciudad tropical o caribeña para ser poblada por palmeras como rasgo distintivo de su paisaje. Pero lo cierto es que este árbol, que representa simbólicamente a las latitudes tórridas del planeta, incluyendo nuestro litoral del noreste, forma parte del patrimonio arbóreo de nuestra región desde hace ya muchos años. Integra la ornamentación que en los siglos XIX y XX se creó en lugares públicos, quintas y casas de este territorio suburbano.

La fascinación que produce este ejemplar erguido en la imagen de un suburbio de casas bajas, ha sido alimentada por los recuerdos de nuestra niñez. En la década del ’40 una palmera no muy alta pero sí fuerte y amplia en su tronco, formaba parte del barrio donde está nuestra vivienda en Sarandí. En ese entonces la esquina ubicada frente a nuestra casa permanecía desocupada y la palmera era como un estandarte identificador del lugar. Fue, en muchos casos, parte de la toponimia, a falta en esos años de mayores señalamientos públicos. Los dátiles no comestibles y sus hojas abiertas en armónico abanico pertenecían entonces a ese habitual terreno donde transcurrían nuestros juegos y aventuras. Entonces el cronista habla desde su entrañable patrimonio emocional al referirse a esta presencia tan llamativa y dominante.

Las palmeras todavía sobreviven en casas céntricas, como las que se encuentran en los fondos de los edificios de Av. Mitre y Arenales. El grupo de palmeras de ese lugar –como ejemplo de esta dominación arbórea- aún se mantiene enhiesto y vivo, pese a las molestias que ocasionaba –en forma indirecta- a los vecinos por resultar, en épocas pasadas, un nido de murciélagos que asustaban a las madres y los niños de su entorno.

Las palmeras pueden detectarse en casas particulares, a veces escondidas o en un rincón de la construcción. En muchos casos es una herencia dejada por los viejos pobladores que las plantaron y en otros es elección de sus ocupantes actuales. De cualquier modo, son mucho más que imágenes o postales.

Constituyen ejemplos de un patrimonio ornamental que algunos vecinos solemos proteger. En varios casos, al punto que las construcciones modernas que ahora las acompañan fueron diseñadas a su alrededor como un signo respetuoso ante la magnífica presencia vegetal. No olvidamos que nuestra vecina Buenos Aires presenta una variedad de árboles similares en sus espacios públicos, además de su acompañamiento –con cuatro ejemplares centenarios- en la histórica Plaza de Mayo, algunos importados de Brasil.

Su historia nos dice que existen dos grandes grupos de palmeras: tipo palmado (con las hojas como abanicos) y las pinadas, como pluma de pájaro. En territorio americano se conocen 800 especies y en muchos lugares se usa como alimento (cocos, cogollos, aceite, vino, miel, edulcorantes, etc.) o como madera para la construcción de casas y embarcaciones.

Y esta cronigrafía viene a cuento, porque desde hace algún tiempo la Avenida Mitre, a la altura del 2000 en Sarandí, ha sido adornada por nuevos palmares que despiertan la atención de los conductores y pasajeros de los medios de transporte que con tanta frecuencia van y viene por esa arteria. Lamentablemente aún son bajos, en etapa de formación, pero varios de ellos tienen ya señales de debilidad y sufrimiento. Esperamos que prive el respeto a la presencia de esas especies y que el vandalismo que suele andar suelto por nuestras calles no eche por tierra esas intenciones.

La depredación, el maltrato y el abandono suelen ser causas mortales para cualquier proyecto vegetal que se intente en la vía pública. Esas plantaciones nuevas deberán sortear también otros peligros para su crecimiento y subsistencia: la ausencia a veces de suficiente vigilancia y mantenimiento municipal, el alto porcentaje de contaminación ambiental de una avenida muy cargada de tránsito y las desventuras que le deparen los fenómenos naturales.

Sin embargo, ha sido una buena idea de los diseñadores urbanos de la Municipalidad la de diversificar, en colores y especies, las plantaciones en esos refugios en medio del asfalto. Viene a confirmar que por nada del mundo renegamos de aquella imagen infantil que, en lo personal, se revitaliza y potencia.

Pero desgraciadamente aquella palmera de mi barrio desapareció, como sucedió con otras similares, para dar espacio a viviendas y edificios. Otras todavía sobreviven solitarias en predios de Avellaneda.

Bienvenidas sean. De ellas dependerán, también, las energías vitales de las generaciones por venir y las acechanzas que amenazan a nuestras poblaciones en el presente y en el futuro.

ajgpaloma@hotmail.com

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