Cristina Codaro, una mujer de espíritu inquieto y aventurero
Recibió una distinción en el marco del programa «Historia bajo las baldosas» otorgado por la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural de la Ciudad de Buenos Aires.
La Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural de la Ciudad de Buenos Aires la galardonó con una distinción, en agradecimiento por su tarea realizada en el marco del programa «Historia bajo las baldosas» y en ocasión de celebrarse el 10º aniversario de su puesta en marcha.
El reconocimiento se llevó a cabo el 7 de noviembre en el Salón Dorado de la Casa de la Cultura y ratifica la gran motivación que la moviliza a preservar la historia local, consagrándola como una investigadora de raza.
Cristina Codaro es integrante del equipo de trabajo que colabora ad honorem en el proyecto cultural Complejo Histórico Santa Felicitas «con la firme convicción de que los valores históricos son fundamentales para fortalecer los vínculos de la comunidad».
«No necesariamente tenés que ser un historiador o un museólogo para abrir un espacio. Entonces, nuestra asociación es un rejunte de vecinos de Barracas, La Boca y Avellaneda, a los que les interesa la historia. Porque la historia la hacemos todos», explicó nuestra vecina avellanedense que disfruta siendo guía de las visitas que se acercan hasta el Museo Santa Felicitas del barrio porteño de Barracas.
El mencionado complejo se encuentra en el Área de Protección Histórica Nº 5 y está conformado por la Iglesia Santa Felicitas, la Quinta Alzaga (actual Plaza Colombia), el antiguo Oratorio de Alzaga, los túneles de 1893 y el Templo Escondido.
«El templo escondido es una construcción neo-gótica, que parece una imitación de la Catedral de Louvre en menor escala. Esos son los espacios que se recorren en la visita guiada. Pero como están dentro de un colegio, no abrimos todos los días, y el período de visitas va de marzo a noviembre. Yo soy ex alumna del Instituto Santa Felicitas y con otra compañera de la secundaria pensamos en hacer algo en este lugar con tanta historia», contó orgullosa Codaro.
Cristina contó que «la iglesia fue construida por los padres de Felicitas Guerrero, que donaron parte de la quinta a los curas Lourdistas que llegaron a la Argentina en 1890, con la condición de que allí levantaran un instituto educativo, que sigue funcionando hasta hoy».
La investigadora comentó además que «en esos corredores subterráneos, las sucesivas congregaciones religiosas que se hicieron cargo de la administración, decidieron abrir un comedor para los obreros de las fábricas de Barracas y La Boca».
«El apoyo de los vecinos fue impresionante, porque gracias a ellos fuimos acopiando distintos objetos (entre ellos gran cantidad de fotos) que a su vez los obtenían de sus antepasados, casi todos inmigrantes. Los temas que tratamos en el museo son la inmigración, los obreros, las fábricas, los oficios perdidos», destacó Cristina, quien reconoció que le gusta mucho investigar la historia en general, la historia de su familia y la de su barrio, Crucecita.
Al repasar su propia historia, Cristina admitió que desde su infancia, convivieron en ella el arte y el deporte.
«Mi mamá siempre nos incentivó en la parte artística (estudió bellas artes y fue profesora de piano) y del lado de mi papá tuvimos la veta deportiva», señaló.
Papá Pacha (nadador y waterpolista) trasladó a su hija (la mayor de 5 hermanos) la pasión por el agua; y Cristina fue una figura de la selección nacional de Natación, destacándose en el medio fondo y más tarde en aguas abiertas, donde fue campeona Argentina.
Lo cierto fue que a los 20 años, la joven egresaba de Bellas Artes y al mismo tiempo se recibía de profesora de Educación Física.
Pero cuando cumplió los 21, decidió irse a vivir a España, con la idea de perfeccionarse en arte. Cristina recordó que emigró al viejo mundo «en busca de nuevas experiencias de vida».
De paso, aprovechó para viajar y conocer. Pero también había que «bancarse», desde el punto de vista económico.
«Acá vendía (artesanías en metal y cuero) en ferias artesanales y con eso, allá, podía vivir», relató la entrevistada.
En el camino, estuvo un tiempo en Londres, pero luego se fue a Japón, detrás de quien fuera su marido (tiempo después se separó), y con quien mantiene una gran amistad.
«A los 15 días tenía a mi mamá en Tokio, viendo adónde me había metido», dijo, entre risas, Cristina, que por entonces se llevaba el mundo por delante.
Con su ex marido pusieron un negocio de diseño de indumentaria en pleno Tokio, con ropa muy exclusiva (vintage y retro) que compraban en Londres; y cuando «se aburrieron» de eso, montaron un local de comidas que también anduvo muy bien.
«En esa época, 1981 82, había muy pocos extranjeros se acuerda Codaro-, al punto que llegué a teñirme el cabello de negro, para no llamar tanto la atención. Y como aprendí el idioma, porque era venta al público, cuando me escuchaban, algunos se asustaban. Porque la imagen occidental es muy fuere para ellos».
Luego de 7 años en Japón (con un saldo de cientos de terremotos en su haber) y otros 4 en una pequeña isla del Pacífico, Cristina perdió el encanto y emprendió el regreso.
Con el dinero que trajo, compró su casa en Crucecita, a 5 cuadras de la casa de sus viejos, Tota y Osvaldo, para instalarse definitivamente.
Eterna estudiante
Del mundo oriental, Cristina también se trajo conocimientos sobre shiatsu (digitopuntura) y masaje tailandés, que implementó como un trabajo, al tiempo que comenzaba a trabajar como docente de plástica y educación física, del nivel primario.
Luego de unos años, se especializó en restauración, en la escuela taller del casco histórico de Buenos Aires.
«Soy como una eterna estudiante, tengo intereses en distintas cosas, me gusta encarar proyectos y actividades, por eso estoy metida en varias cositas
Trabajé 2 años y medio en la restauración de la cúpula del Salón Azul del Congreso de la Nación. También trabajé en la restauración del Salón Parodi, en la Cámara de Diputados y recientemente restauré un retablo en la Basílica San José de Flores Y en esta casa, no levanté paredes, pero todo lo que ves lo hice yo», sostuvo sonriente.
Sobre sus preferencias personales, Cristina subrayó que «ama sus plantas y que ni loca podría vivir en un departamento». «Necesito libertad de movimiento», afirmó en ese sentido.
También le gusta cocinar y hacer comidas exóticas e invitar a amigos, así como escuchar música o disfrutar del silencio absoluto en el fondo de su casa «chorizo».
«Me gusta mucho la investigación. Saber el por qué, el origen de las cosas, porque soy muy curiosa. Por eso en el museo hablamos, por ejemplo, de los oficios perdidos: el afilador, el cardador de lana, el mozaísta
Está bueno saber que algo existió, porque así lo empezás a apreciar», justificó la apasionada investigadora, quien para captar la atención de los chicos, comienza su guía preguntándoles si conocen el significado de xeneize (genovés).
Hoy, Cristina también está focalizada en su otra nueva pasión que es la restauración, en un grupo de especialistas en la materia, que va a ofrecer cursos y talleres, además de realizar trabajos de restauración, propiamente.
Mientras termina de aprontar sus valijas para ir a pasar las fiestas junto a su familia en lo de su hermana que vive en Brasil, Cristina Codaro no se olvida de mencionar que su espíritu inquieto y aventurero se forjó en un hogar donde la libertad ejercida con responsabilidad- fue un rasgo determinante.
«Nuestros padres nunca nos inculcaron el aspecto material y no faltó algún que otro chirlo. Pero la parte deportiva fue muy importante, porque nos dio esa cosa de querer llegar, de querer lograrlo», concluyó.
Para más información, visite:
http://museosantafelicitas.org.ar/home.html#
Y próximamente: http://divinorestauro.blogspot.com.ar/