¡Confiemos! Cristo ha resucitado

Mensaje de Pascua de Mons. Rubén Oscar Frassia Obispo de Avellaneda Lanús.


Estamos celebrando la Pascua. Recordemos su anuncio: Cristo fue crucificado, murió y resucitó, y no morirá de nuevo. Ha abierto la puerta hacia una nueva vida. Esta realidad es la definitiva. Ha definido la orientación y el sentido de la historia de la humanidad. Una historia que tenemos que ver desde la fe.

Con la Pascua se ha invertido la perspectiva de las cosas y de lo que debe considerarse importante a nuestros ojos. Después de esta entrada en nuestra historia de la fortaleza de Dios, lo que debe contar para nosotros, ahora, es asimilarnos a la persona que se constituyó en la condición eterna de alegría y luz, que llegó a través del camino de la cruz. Desde el momento en que el Crucificado, condenado por todos los tribunales humanos, fue glorificado, se inició el tiempo en que los soberbios se dispersan en los pensamientos de su corazón, aunque no aparezca tan evidente (dice la sabiduría popular: el que mal anda mal acaba, en la pasión según san Lucas 22, 53 se nos dice que cuando se condena a Cristo es “la hora de las tinieblas” y se amigan hasta los enemigos, como Herodes y Pilatos, se amigan para el mal). Desde el momento en que él que había sido aplastado por nuestras maldades (Cf. Is. 53, 5) respiró el aliento de la segunda y definitiva vida, se inauguró la época en que de verdad los humildes serán ensalzados. Desde el momento que fue librado de la cárcel de la muerte, aquél que, inocente, fue contado entre los malhechores (cf. Is. 53, 12), pueden saciarse los que en el desierto de la vida tiene hambre y sed de justicia (Mt. 5, 6).

Con la resurrección de Cristo, más allá de las apariencias de la viejas escenas, del rencor, del egoísmo, del olvido del otro, comenzó a afirmarse la realidad nueva y eterna, y el Reino de Dios con su eficacia está en medio nuestro, cierto, no con su plena visibilidad, pero en todo su vigor, cuando con fe y libertad confesamos que Cristo Resucitó, y nos donó su vida.

Somos llamados a participar de su vida y salvación. Esta realidad eterna ya se ha conectado con nuestra vida cotidiana. Es la nueva creación.

La Pascua no debe quedar solamente en el rito. Es la realidad existencial más profunda. En Él y por medio de Él toda la realidad se ilumina: las tristezas, los sufrimientos, los dolores, las enfermedades, los límites, los pecados, es decir todo.

Se requiere la fe, que es noticia y confianza, sé de Dios y escucho y confío en su Palabra, uno debe creer y asentir que es verdad, y en libertad adherir nuestra vida a esa Palabra. Dios ha creado el mundo, Dios nos has creado a nosotros, Dios nos ha perdonado, Dios nos hace nuevas creaturas. El Paso de Él, es precisamente la Pascua. Somos un proyecto de su amor, no producto de la casualidad.

Este paso, la Pascua, debe determinar y provocar un cambio total en nuestra vida. Se debe percibir, se debe dar lugar a la transformación cualitativa que debe seguir a nuestra respuesta libre y consciente.

Recordemos que si Dios no está reconocido en nuestra sociedad, el mundo carece de sentido. Este reconocimiento empieza por lo personal, por lo familiar, por lo social, por lo político y por todas las estructuras que conforman el estilo de vida. Es necesario tomar una decisión, y vivir de acuerdo a nuestras convicciones.

El Paso de Cristo por nuestra vida debe superar nuestros enconos, desconfianzas, amarguras y resentimientos. Es urgente aprender a perdonar, pero de verdad y no solo de palabra. Es preciso buscar la voluntad de Dios y llevarla hasta el final. Solo la verdad nos obtiene la verdadera libertad.

El Paso de Cristo viene a iluminar nuestra vida, nuestro comportamiento, nuestra alma, “el que vive en la luz, abandona las tinieblas” (Cf. 1 Jn. 2, 9).

Esta vida nueva, que Cristo nos trae con su Pascua, nadie puede vivirla en plenitud sólo con sus propios recursos, pero lo hará si es capaz de tomar fuerza, amor y sabiduría del Resucitado. Con su presencia debemos salir de la derrota para poder decir, creyéndolo y viviéndolo: ¡Es verdad, es cierto, Cristo ha resucitado, y no muere más!

El Resucitado aparece y se impone como la irrupción abrumadora y vivificante, en nuestro mundo antiguo y perecedero, de una realidad nueva y eterna. Al adquirir su condición de gloria, ha emergido de las angustias del tiempo y el espacio para volverse inmanente y activo en cada momento de la vida humana y en cada lugar del universo.

Por lo tanto, puede decir de sí mismo (y es su última palabra registrada en el Evangelio de Mateo): “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. He aquí, estoy contigo todos los días hasta el fin del mundo” (ver Mt 28, 18-20).

Aquí, en estas palabras del Resucitado, encontramos el aterrizaje extremo, casi el resultado cósmico, del evento pascual y, al mismo tiempo, el principio de la existencia del Nuevo Israel, que es la Iglesia, el secreto de su asombrosa vitalidad en la historia, aunque siempre hay luchas y necesidad de conversión. Decía el Papa Francisco, este domingo de Ramos: “Nuestro puesto seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta (cf. Mc 4,37-41), con nuestro silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a los demás razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3,15). Esto nos ayudará a vivir en la santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección.” Por eso debemos confiar, a pesar de las apariencias, a pesar de que a veces nos gana el desánimo: ¡Confiemos Cristo ha resucitado!

Felices Pascuas de Resurrección, para cada uno de ustedes y sus familias y que nuestra querida Nación Argentina, con la gracia de Dios, sea una gran Nación, que sepa tener en cuenta a todos, en especial a los más pobres y que el amor y el respeto sea siempre nuestro sustento.

 

Mons. Rubén O. Frassia

Obispo de Avellaneda-Lanús

Avellaneda, 17 de Abril de 2019

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