Carlos Fernández y el placer de vivir de la música

Integra la orquesta del Teatro Colón y es profesor del Instituto Municipal de Avellaneda.

El clarinete es un instrumento musical de la familia de los aerófonos. Su lugar en la orquesta corresponde a la sección viento-madera, junto a la flauta, el oboe, el corno y el fagot. Gracias a su bello timbre, rico en matices y amplio registro, y a su gran “agilidad” y sonoridad, el clarinete se destaca como uno de los instrumentos más versátiles de la orquesta para los pasajes solistas y la ejecución de trinos y cromatismos.

Casi sin darse cuenta, Carlos Fernández se adueñó de este singular instrumento cuando supo, en su juventud, que quería ser artista y dedicarse a la música.

“Desde chico mi casa era una casa de música porque mi mamá era profesora de piano. Y mi hermana tocaba el clarinete, pero en un momento lo dejó por ahí tirado, porque quería estudiar otra cosa totalmente distinta (profesorado de biología). Así que un buen día me puse a tocar –intuitivamente-, después fui a estudiar primero con un profesor y luego, en el conservatorio. Más tarde tuve la posibilidad de ir a afuera, y eso fue realmente una experiencia muy enriquecedora, porque me abrió el panorama en todo sentido. No sólo en la música sino como persona”, dijo sonriente Carlos Fernández, clarinetista y profesor de Clarinete, sobre los orígenes de su hermosa profesión.

En su infancia, Carlos era un “chico normal” al que le gustaba jugar con sus amigos. Hizo la primaria en la Escuela Nro. 1, frente a la Plaza Alsina y después fue al colegio industrial más conocido como “El Palaa” (En ese momento la ENET Nro. 3, hoy la EET Nro. 5 “Salvador Debenedetti”). Pero al final se desencantó de la escuela técnica y se cambió al “ENSPA”, donde terminó la secundaria.

A esa altura, la música comenzaba a ocupar un lugar importante en su vida. “Yo veía que el piano requería muchas horas de trabajo y de estudio. Y pensaba que para eso había que empezar de más chico. Porque se puede decir que empecé de grande a tocar clarinete, a los 16 o 17 años. (Mientras que los alumnos de piano, arrancaban a los 5 o 6). Pero, por otra parte, el clarinete siempre me gustó. Y cuando empecé a tocarlo me entusiasmé y seguí”, reconoció Fernández, quien pronto demostró tener condiciones para ejecutar el instrumento y encontró el impulso necesario para encarar su camino “sin mayores dudas”.

Luego de una intensiva formación en el Conservatorio Juan José Castro, de La Lucila, Carlos obtuvo el Primer Premio (Sección Maderas) en el Primer Concurso de Jóvenes Valores Instrumentistas, patrocinado por la Fundación Teatro Colón, y el Premio Mayor del X Concurso para Jóvenes Solistas Invitados.

A continuación, ingresó en la Orquesta Juvenil de Radio Nacional y actuó en la Orquesta Sinfónica Nacional, como Solista Adjunto.

En 1985, Fernández obtuvo una beca de la Fundación Teatro Colón y la Shepherd School of Music de la Rice University (Houston, Texas, Estados Unidos), donde se perfeccionó durante dos años; y en 1988, recibió el título de Master of Music with Specialization in Performance, Orchestral Instruments en Clarinete, en el College of Visual and Performing Arts de la Northern Illinois University (Dekalb, Chicago, Estados Unidos).

“Yo quería tener otra opinión, quería saber cómo se tocaba en el exterior. En esa época no existía internet y la verdad es que estábamos muy aislados. Me parecía que podía ser una buena idea ir, por ejemplo, a Alemania, donde había un clarinetista que a mí me gustaba mucho que era Karl Leister, solista en la Orquesta Filarmónica de Berlín. Pero con el idioma se me complicaba mucho y por eso Estados Unidos fue el destino”, comentó orgulloso, Carlos.

De regreso y con tamaño currículum, al músico se le siguieron abriendo puertas. En 1992, ingresó en el Teatro Colón, inicialmente contratado por obras y luego con renovaciones anuales, hasta que en 2002, tras presentarse a concurso público, accedió a su actual cargo de clarinetista en la Orquesta Estable del “Coliseo” argentino.

Aprender para enseñar
Además de su actividad permanente en el Teatro Colón, que tiene una programación anual de óperas, ballets y conciertos, actualmente Carlos Fernández es profesor en el Instituto de Música de Avellaneda y, a su vez, da clases particulares de clarinete y saxo.

Su labor como docente también lo gratifica y se sorprende porque el espectro de sus alumnos –en cuanto a la edad- es muy disímil. “Te diría que es absolutamente impredecible. Hay chicos chicos y gente grande. Quizás, los más interesantes son los chicos de 10, 12 o 15 años, porque tienen un potencial y una proyección. Pero después hay gente que se jubiló y que siempre le gustó el instrumento y también se da el gusto”.

El profesor aclaró que las clases son individuales, “porque cada uno tiene su ritmo y capacidad de aprendizaje”.

En tal sentido, Carlos explicó que “para las clases hay un método y libros con un determinado repertorio, pero si alguien quiere tocar algo en particular o le gusta una canción, no tengo problema en enseñársela”.

“Lo que pasa es que primero tienen que tener un manejo mínimo para poder tocar”, prosiguió el instructor. “Yesterday o un tango pueden ser muy lindos, pero si no saben las posiciones o las escalas, es como querer hacer una torta sin harina o sin huevos. Tenés que tener los elementos básicos. Después sí, se puede tocar lo que vos quieras”.

Esa libertad que les da a sus alumnos en cuanto al repertorio es la misma que practica a la hora de tocar el saxo –más como hobby y por diversión- o cuando interpreta en su clarinete uno de sus géneros favoritos: el jazz.

Artie Shaw, Benny Goodman y Eddie Daniels, son algunos de sus geniales referentes en la materia.

“La otra veta del clarinete es el (género musical) klezmer, la música israelí, cuyo clarinetista famoso es Giora Feidman, quien grabó la música de la película La lista de Schindler, él hace un efecto de carcajada del clarinete. Es la música típica de la colectividad judía. Cuando lo escuché por primera vez, me impactó mucho su estilo”, admitió Fernández, quien de vez en cuando, en sus ratos libres, reivindica aquella sabia frase “el silencio es salud”.

“Escucho música, pero a veces después de tantos ensayos, en un ámbito donde tocan cien personas, es bueno no escuchar nada. Necesitás un descanso auditivo. Es más, la televisión la escucho bajito. En casa me reclaman que suba el volumen, pero yo no quiero decibeles” (Risas).

Lo entienden Liliana, su esposa, con quien comparte la pasión por la música (es profesora de piano y estudió en el Conservatorio Nacional); y sus hijos: Mariano, quiere ser piloto de avión y Alejandro, que estudia geofísica en La Plata y también toca muy bien el clarinete.

A los 55 años, Carlos Fernández disfruta plenamente de su trabajo como músico y docente, resaltando los valores de este “lenguaje universal”, cuando se lo emplea con criterio y buen gusto. “La música no es clásica o popular, la música es buena o mala. No existen esos rótulos tan estrictos que hace algunos años eran innegociables. Ahora me parece que hay otro criterio con respecto a la calidad. Si algo es bueno, es bueno y punto”, finalizó.

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