Baúl de libros: Samuel Johnson

Escribe: Roberto Díaz

Acaban de aparecer los “Escritos Políticos” de este extraordinario pensador. Samuel Johnson, devenido en “Doctor” con los años y merced a su trayectoria, había nacido en Londres en 1709, hijo de un librero. Hay una anécdota que lo pinta de cuerpo entero. Siendo muchachito, su padre le pidió que le atendiera el puesto de libros en una Feria que se había organizado. Y Samuel se negó. Cincuenta años después, este Samuel Johnson fue al stand de esa misma Feria y permaneció allí por espacio de horas, mientras un diluvio caía sobre la ciudad. Así, imperturbable, empapado hasta los huesos, le rindió homenaje a su padre y, medio siglo después, prevaleció su arrepentimiento.

¡Qué intelectual formidable! ¡Qué brillante y profunda es su prosa! Johnson era indolente, malhumorado, excéntrico. Un charlista notable, de lo mejor que ha dado la lengua inglesa, lengua que, por otra parte, le debe su compilación, su ordenamiento. Trabajó tres años en esta tarea hasta alcanzar su diccionario de la lengua.

No hay biógrafo con más sagacidad, con más vivacidad, que él; quien haya tenido la oportunidad de leer su “Vida de los poetas ingleses”, su trabajo sobre Shakespeare, lo podrá atestiguar. Deslumbra su prosa y deslumbra la capacidad de su pensamiento. No era un biógrafo indulgente ni permisivo; por el contrario, sus juicios de valor, a veces, pueden diferir y mucho del elogio. Su trabajo sobre Milton, es excelente. Y aunque no dejó mucha obra editada, todo lo que hizo lo hizo bien, a pesar de su pereza congénita, de su lucha casi diaria por escaparle a disturbios mentales.

Dicen que caminaba mal, por lo cual él se empeñaba en realizar largas caminatas. Fue misógino hasta los 26 años, cuando le atacó una obsesión por las mujeres y no dejaba títere con cabeza; en su obsesión, dicen que era promiscuo, no elegía, le daban lo mismo bellas o feas y terminó casándose con una viuda que tenía tres hijos y era mucho mayor que él.

Mucho de lo del doctor Johnson se hubiese perdido, si no habría existido James Boswell, una especie de secretario, amigo, interlocutor, admirador fiel de este portento. La biografía de Boswell sobre el personaje, se considera lo más auténtico para comprender a este intelectual, a este moralista del siglo XVIII.

El doctor Samuel Johnson fue admirado por muchos; entre nosotros, Jorge Luis Borges sentía verdadera devoción por sus escritos. A pesar de sus excentricidades, de su malhumor casi congénito, este inglés tenía rasgos de su raza, como un humor destemplado que lo hacía reír a veces desproporcionadamente y una bondad sin límites. Su casa siempre estaba abierta para cualquier socorro o necesidad, a pesar de que Johnson siempre fue pobre, hasta esa pensión que le dio el gobierno inglés cuando, ya, tenía unos cuantos años. Dejaba una moneda en las manos de los chiquillos que dormían en los portales y le enfurecía la injusticia social.

Le gustaba la noche y la charla en las tabernas. No había podido estudiar demasiado a causa de su pobreza; tuvo que abandonar sus estudios en el Pembroke College de Oxford por falta de medios. Pero tenía tantas bibliotecas adentro, había ejercitado tanto su don de observación, su perspicacia y había untado su pluma con tanto talento, que sus escritos son una maravilla, un esplendor del pensamiento.
Por él, sus compatriotas pudieron organizar mejor su lenguaje, dejar de lado ese caótico conjunto de sonidos guturales para encasillarse en un ordenamiento que los hacía dueños de una lengua y, por lo tanto, de una nación. A él se lo deben. La política le debe una serie de reflexiones que, aún hoy, deben tenerse en cuenta si se quiere ejercerla con dignidad. La literatura le debe esos artículos, esas monografías, donde descuella su visión; los poetas de su país le deben el conocimiento cabal de figuras que son emblemas, personajes señeros en este género.

Y todo el mundo, en suma, le debe el encanto de leerlo, porque es un gozo su lectura.

robertodiaz@uol.com.ar

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