Baúl de Libros: Resumiendo textos

Escribe: Roberto Díaz

Un amigo muy querido, lector intermitente, me preguntó, los otros días, si podía leer “Crimen y Castigo” de Fedor Dostoievski. Como temí que pudiera aburrirse, ya que la novela del genial escritor ruso, es densa y tiene muchas páginas, le dije que le iba a hacer un resumen de la misma. Y le conté lo siguiente: un estudiante llamado Raskolnicov asesina a una vieja usurera para mostrar que se puede matar sin culpa; el transcurso de la novela señala lo contrario. La culpa arrecia contra Raskolnicov y llega el momento en que, ya, no puede vivir con ella.

Todo esto fue dicho, en forma inconsciente; cuando mi amigo me dio las gracias y me dijo: “ahora, no necesito leerla”, me di cuenta de la enormidad de mi culpa (tan grande como la de Raskolnicov) porque había resumido el gran texto de Dostoievski a su mínima expresión.

Este reduccionismo es el que se practica en la actualidad. Hacen síntesis de síntesis de libros famosos para que los chicos no se aburran con su lectura. Para incitarlos a leer porque, convengamos, que las nuevas generaciones no saben leer, no saben interpretar, no saben.

Y en este reduccionismo podemos caer, diciendo que “Madame Bovary” es una mujer que le mete los cuernos a su marido, un boticario de provincia y después se mata agobiada por sus deudas y sus culpas.

Y que “Los Miserables” de Víctor Hugo es la historia de un pobre hombre, Jean Valjean, que escapa de prisión y hay un policía que tiene la obsesión de atraparlo y el pobre hombre se vuelve importante en la escala social y el otro, al final, frustrado y perdidoso, se ahoga en las aguas del Sena. Bah, el que vio la serie “El Fugitivo” dirá que la escribió Víctor Hugo…

Y Otelo es un negro estúpido que se deja engañar, tontamente, por un canalla llamado Yago. Y “El Quijote” es la historia de un delirante que se pone a perseguir molinos de viento creyendo que son gigantes y tiene un compañero, un gordito medio cobardón, cuyo único interés es zafar de los escándalos que hace el otro, un flaco raquítico disfrazado de caballero andante.

Podríamos seguir con este atentado literario. Así es cómo muchos ven la literatura, en la actualidad. Por eso, los estudiantes estudian con fotocopias que son extractos de otros extractos.

En realidad, un libro no es la maqueta; un libro no es el argumento. Un libro es aquello que el escritor pone adentro, son sus ideas, es el ordenamiento de la trama. Un libro está no sólo en lo que dice sino en cómo lo dice. Hay un cuento de Michael Connelly donde una muchacha entra a un bar y le pide a alguien (un escritor) que está sentado en la barra que la acompañe a morir. Si le decimos esto a alguien (como hice yo con mi amigo, al resumirle “Crimen y Castigo”) nada sucederá en los sentimientos y en la sensibilidad de ese alguien. Sin embargo, este cuento es tremendo porque Connelly, que es un gran escritor, le puso toda la densidad, toda la dramaticidad, toda la tragedia que el tema requería. Y uno se estremece, realmente, se estremece, ante la rara belleza y la rara culminación de esta historia.

Si no leemos el cuento, nunca podremos atrapar la importancia que tiene para nuestros sentidos la Literatura bien escrita.

Estoy de acuerdo que hay libros a los que el tiempo les ha hecho mella. El siglo XVIII, el siglo XIX, tenía otra forma de narrar, más morosa, más descriptiva. Hay que hacer el esfuerzo, situarse en la época, en los personajes, utilizar el tiempo que disponían ellos para leer esa obra. No es con las urgencias modernas que podremos comprender el dramatismo de Dostoievski, la hondura de Shakespeare, el romanticismo de Víctor Hugo.

La lectura es, también, un largo aprendizaje; no se llega a ella de la noche a la mañana ni con frivolidades propias de un programa de TV o un show de Tinelli. La lectura es sumamente importante porque es conocimiento, es acopio de cultura. Es tiempo que no se pierde.

robertodiaz@uol.com.ar

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