Azucena Bestel de Cal: poesía inédita
Comentario de Roberto Díaz
Hay un tono, un acento, algo que es chamuyado y que, a veces, ni siquiera se resuelve en lunfardo. Hay historias populares, contadas desde el costado de una realidad que, no siempre, es lógica u ordenada.
El absurdo, en algunos poemas de Azucena, se resuelve por el humor; en otros, cuando la poeta se pone seria, aparece esa impronta que proviene de tantos años de teatro y el poema adquiere dramatismo y hondura.
Pero siempre es ella: talentosa, avasallante, desbordante, ingeniosa.
Roberto Díaz
Mi viejo y las cosas
Se fue mi viejo
En una noche fría de mitad del invierno
se fue desconectado
del presente (y acaso del pasado) ¡Gran misterio!
Se fue y con él
se fueron tantas cosas
que, ya, nunca serán recuperadas,
quedarán en suspenso, sin memoria
(los signos de pregunta son ganchos en el alma)
No habrá a quién preguntar antiguas cosas,
que sólo él sabía y él solo contestaba,
desde un saber ignoto o fantaseado,
pero
las contestaba.
Se fue mi viejo y llevó tanta historia
en la computadora de su mente
que mi mundo quedó desprogramado
sin el sonido de su voz dicente.
Se fue mi viejo, qué simple y qué compleja
la ecuación resultante; hoy, mi viejo no está
pero esa resta me obligará a sumar, hacia delante.
Primero y último eslabón (según se mire)
en la cadena obligada de la vida,
conexión que remite ¡inexcusable!
a la propia finitud, justa medida:
el antes y el después, de un día de invierno
en que mi viejo se piró del mundo.
El antes y el después de mi existencia,
que cambió de lugar, en un segundo.
Yo tenía a mi viejo y no lo tengo,
yo escuchaba su voz y no la escucho,
él marchaba adelante, yo a la zaga.
No sé lo que perdí, ¡pero fue mucho!
Realidad
Con espumas fragantes impregné mis cabellos
y perfumé mi cuerpo con fragantes esencias,
puse ropa de seda sobre mi carne tibia
y con medias de seda embellecí mis piernas.
Preparé las dos copas, encendí un cigarrillo,
con sahumerios de Oriente aromé nuestra casa,
puse música suave, entorné los visillos
y esperé que llegaras, desbordándome en ansias.
Te pensé palpitante, anhelante de besos,
con los brazos golosos y los labios sedientos.
Te pensé luz y fuego
silencioso
invitante
escondiendo palabras que callan los amantes.
Oí ruido de llaves ¡por fin habías llegado!,
esperé tu mirada, tu silencio, tu abrazo
y me encontré, de pronto, con ése que ahí estaba,
ése, caricatura del hombre que esperaba.
Cargado de bostezos, de abulia, de letargo,
pensando en la comida, tal vez en darse un baño.
Consultando programas de posibles trasnoches
acompañando gángsters, en fantásticos coches.
Sin mirarme las piernas con sus medias de seda,
sin oler la fragancia de mi limpia melena.
Sin saber de sahumerios, de música, de flor
Ignorando ¡insultando! mi ilusionado amor.
Me levanté despacio, silencié melodías,
prendí la luz a pleno, me metí en la cocina
y en vez de la caricia que estallaba en mis manos,
te troqué, sueño, en hombre y preparé los platos.
Señor de las cuatro décadas
Hombre de más de cuarenta, como Arjona se olvidó
de dedicarle un poema, ahora voy a hacerlo yo;
no se preocupe, señor (de corazón se lo digo)
si sus turgentes pomelos, son dos escuálidos higos.
Y si al calor del estío, renuncia a la camiseta
y sus famosos pectorales son unas fláccidas tetas
o hablando del salvavidas que decora su cintura
¡son lo más del erotismo! (y de la triste ternura).
Y aquel siempre enhiesto sable, con que azoraba a las minas,
ha quedado reducido a cuchillo de cocina,
no pierda señor su orgullo, usted es maduro, no viejo,
para seguir siendo macho, no se mire en el espejo.
Y esas venotas oscuras que le recorren las piernas
hablan de su sangre azul, no es que la gamba está enferma.
Si no le queda ni un pelo y se le agrandó la frente,
según la antigua leyenda, no es pelado, es muy potente.
Y no se haga más problemas, usted es hombre ¡qué joder!
y el devenir de los años, sólo marca a la mujer.
No quite años a su vida, el remedio es bien sencillo:
póngale vida a sus años, lleve Viagra en el bolsillo.
Azucena Bestel de Cal