Alberto Ducoli, coleccionista de bellas historias

Es el propietario de un increible patrimonio historico y afectivo.

Un coleccionista es aquel que se ocupa de agrupar y clasificar objetos, enmarcados dentro de una determinada categoría.

¿Qué tipo de objetos se pueden coleccionar? Prácticamente, podríamos decirlo en dos palabras: de todo.

Para conocer más a fondo este fantástico hobby, qué mejor que dialogar con Alberto Ducoli, un verdadero experto en la materia.

«Desde chiquito me indujeron a coleccionar», dice sonriente, Alberto, justificando de alguna manera cómo fue que se metió de lleno en este fantástico mundo.

«Mi papá empezó todo esto con las figuritas y los soldaditos de plomo. Cada vez que íbamos al centro, en una de las estaciones del subte, había una casa que vendía exclusivamente soldaditos de plomo y ahí me los compraba. A los seis años, tenía un fuerte con ejemplares de guerra e indios. Lo único que me quedó fueron un par de cañoncitos, porque antes se estilaba que los juguetes se regalaban al hermano o al primo que seguía. Pero como hacía enterratorios y trincheras en el fondo de mi casa, con los años, zarandeé la tierra y aparecieron unos 6 o 7 soldaditos, un indio y unas 20 bolitas, de aquel entonces», relató, emocionado, el entrevistado.

El fondo de la casa donde nacieron sus padres, en Gral. Deheza y Av. Crisólogo Larralde, en pleno Sarandí, (donde Ducoli habita actualmente junto a su familia) fue cuna de extraordinarias aventuras e inexplicables motivaciones, por esas «causalidades» del destino.

Es que en un momento de su inquieta infancia, sucedió allí algo mágico. Las páginas de la revista Selecciones Estudiantiles (de la cual Alberto tiene la colección) le hablaban del hallazgo de galeones españoles, llenos de doblones de oro y, al mismo tiempo, le ofrecían una guía práctica para hacer una quinta en su propia casa. Y allá fue el pequeño Albertito, con un pico de papá, a levantar el césped del fondo. Un ruido metálico, y una sorpresa inmediata: un doblón español. Este no era de oro, pero fue el puntapié para todo lo que vino después.

Así arrancó su «locura» por las monedas.

«Una tía de mi papá había sido la encargada del guardarropas del Teatro Tabarís, en la mejor época de nuestra Argentina. Ella recibía propinas de cuanto turista venía y después me decía: Pochito, mirá lo que te encontré, y me regalaba los billetes».
«Después, al tiempo, mi mamá me compró mi primer botellita miniatura, de esas que vienen llenas con el licor verdadero. Después de la [de Añejo] W, vino la de [ginebra] Bols, de licores Cusenier…»

Mientras tanto, su papá, que trabajaba en el puerto, también le conseguía botellitas de algunos barcos y, a su vez, lo llevaba a una galería muy famosa (donde hoy están las Galerías Pacífico). «Allí había un gallego que vendía panchos y botellas», recordó Ducoli, sobre una de las salidas obligadas junto a su padre, cuando promediaba los 10 años.

«Fui el primer nieto, el primer sobrino… Entonces era al que le daban todo», aseguró, intentando encontrar una explicación al apoyo incondicional que recibía de parte de sus familiares, con respecto a su singular afición.

Todo un estilo de vida
Alberto estudió en la Escuela Técnica Nro. 7 «José Hernández» y jugó varios años al waterpolo en Independiente. Pero en cuanto a su formación académica, Ducoli es dibujante publicitario.

Casi sin darse cuenta, heredó el oficio de su abuelo paterno, Antonio Ducoli, el primer letrista de Avellaneda, creador –por ejemplo- de la etiqueta de la legendaria bebida Hesperidina.

En una época, trabajando para la reconocida agencia de publicidad Atacama, lo mandaban a repintar carteles al aeropuerto de Ezeiza, cuando bajaba el laburo en el verano y para no suspenderlo. De ahí rescató un montón de botellas de Coca Cola, al punto que tiene más de 600 de distintas ediciones y países.

Más tarde, cuando trabajó para el grupo Peñaflor, le pasó lo mismo con las botellas de SevenUP.

En el camino, una de sus abuelas, le consiguió latas de cerveza -que todavía eran de chapa y había que pincharlas para abrirlas- durante un crucero por Brasil, en el famoso Eugenio C.

Actualmente, Alberto calcula que debe tener cerca de 8 mil latas, incluidas algunas de vino y de jugo Cepita.

El furor por las botellas, no cesó nunca.

Alberto tiene ejemplares de La Pomona, una especie de gaseosa que Alberto tomaba en la cancha cuando lo llevaban a ver a River Plate.

Botellas de naufragios (conocidas como salitreras o torpedos), por su forma como de gota y que carecen de apoyo (se colgaban del pico).

La botella «bolita», de 1880/90, de cerveza. La bolita era el tapón y los chicos rompían el pico para rescatarla. Ese envase se usó en la primera guerra mundial, como bomba molotov.

Sifones, damajuanas gigantes. La botellita «difícil» (posiblemente la única que queda de su época) de Naranjin, que producía la sodería de Antonio Vespucio Liberty (aquel cuyo nombre bautizó el estadio riverplatense), y que, paradójicamente, fue encontrada en un conventillo de La Boca.

Y la lista de objetos que Ducoli atesora, parece infinita: candados, llaves, planchas antiguas, tarros de lechero de distintos tamaños, posavasos, cajitas de fósforos, juegos de porcelana.

«Revistas, de casi todas, tengo un ejemplar», destacó el coleccionista. «Caras y Caretas, Fray Mocho, Misterix, El Tony, El gráfico…», Alberto hace una pausa para ver si se olvida de algo y, de inmediato, trae tres cajas que contienen puntas de flechas, talladas en piedra; piedras esféricas de antiguas boleadoras (recogidas en el sur, «caminando en estancias privadas, sin hacer depredación en ningún lado», según aclaró su dueño) y algunas muestras arqueológicas, entre las que se observan un hueso petrificado de algún dinosaurio y una vértebra de ballena también hecha piedra, encontrada a 30 km. del mar en el sur de nuestro país.

«Mi idea era hacer un museo en el fondo de mi casa, para poder exhibir todo lo que tengo, pero no me da el espacio físico. Hay momentos en que tenés plata y no tenés tiempo y otros en que tenés tiempo y no tenés la plata para hacerlo», admitió «Pocho Coleccionista», tal como consta en su perfil de facebook.

«Otros coleccionistas que recién se inician, se enloquecen conmigo», aseguró Alberto, quien comparte toda su experiencia y estimula a nuevos fanáticos, a través de la red social.

El extenso e invaluable patrimonio –histórico y afectivo- de Alberto se enriqueció con muchos objetos obsequiados, como por ejemplo un mate muy particular, que data del centenario (1910), regalo de casamiento de su abuela; o el vaso de la Cervecería Quilmes, de 1915, regalo de su bisabuelo. Otro lo constituyen cosas compradas. Pero fundamentalmente, ese «tesoro» se conformó como producto de la incansable exploración y recolección de Alberto.

«A veces me cargan, porque esto roza con la enfermedad. Si fuera por mí, me compro todo, pero ella me controla», dijo, con una mueca, mientras señalaba a su esposa «Cuqui».

En casa lo entienden y lo apoyan en esta genial «locura», su señora y sus hijos, a esta altura, mimetizados con el jefe de la familia.

Cuqui acopia campanitas y latas. Gimena (38) colecciona llaveros y tarjetas de teléfono; Verónica (34) junta tazas y Sebastián (25) hace lo propio con «un poco de todo».

Hoy a los 60 años, como cuando empezó a los 6, Alberto Ducoli sigue disfrutando de esta pasión inexplicable, junto a sus seres queridos, coleccionando preciados objetos y, sobre todas las cosas, bellas historias.

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