Acerca del tango y sus apologías

Escribe Luis Alposta.

El tango es, esencialmente, un arte de síntesis.

Puede ser una sinfonía, un ballet de pareja abrazada, una novela existencial musicalizada o las tres cosas juntas, sin necesitar para eso más de dos o tres minutos.

El tango es la música de fondo de nuestra inefable identidad nacional proyectada al mundo.

Es una música popular que nos identifica y singulariza.

De nuestra “banda sonora”, tal vez sea lo mejor.

Generador de un heterogéneo corpus de textos teóricos de diferente intención y calado, el tango, como Sócrates, ha tenido también más de una apología. Y pruebas al canto.

Recordemos la “Apología del Tango” de Manuel González Baraldo, de 1924, con música de Ataliva Montenegro; la de Francisco Brancatti y la de Enrique P. Maroni, sin duda la más difundida… la que nos dice:

“Tango que me hiciste mal
y que, sin embargo, quiero
porque sos el mensajero
del alma del arrabal;
no sé qué encanto fatal
tiene tu nota sentida,
que la mistonga guarida
del corazón se me ensancha,
como pidiéndole cancha
al dolor que hay en mi vida.”

Y eso sin olvidar la “Apología tanguera” escrita por Enrique Cadícamo, que musicalizó y cantó como ninguna Rosita Quiroga con el acompañamiento del trío de Ciriaco Ortíz.

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