Acerca de los almaceneros

Escribe Luis Alposta

Dos constantes de los almaceneros de antaño: la yapa y la libreta. Yapa, en quechua, significa agregado, añadidura; y la yapa que solía dar el almacenero de barrio, era, también, agregado o añadidura; una pequeña atención para con el cliente después de la compra; una inocente, y hasta ingenua, estrategia de marketing.

Eran tiempos en los que el almacenero de la esquina sabía que la base del negocio estaba en la manera de tratar a su cliente: la sonrisa, el buen talante, el buen día, las buenas tardes, la discreción y hasta el chisme dosificado y oportuno… En síntesis, como diríamos ahora: buena onda.

El almacenero era alguien que generaba confianza y que, además, fiaba. Eran los días de la libreta, precursora de las tarjetas de crédito. Tiempos en los que el dibujante Roberto Battaglia nos deleitaba, desde la última página de “Patoruzito”, con su personaje Don Pascual, un bondadoso almacenero de barrio que solía meterse en complejas y cómicas situaciones. Tiempos, en los que el Centro de Almaceneros (del que mi tío Luis fue secretario), que fuera fundado en 1892 por el genovés Domingo Calandria, sacaba solicitadas en los diarios con títulos como éste: ¿Qué es más importante: el aumento del combustible o el de la mortadela? Tiempos, en los que los almaceneros festejaban su día el 21 de septiembre. Un tiempo en el que, no sólo tenían una marcha, sino también un himno, aunque usted no lo crea.

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