Acerca de Celia Gámez
Escribe Luis Alposta.
Fue el 12 de noviembre de 1984, en Madrid, en el teatro La Latina. Y allí estaba ella: ¡Celia Gámez! La porteña más mimada en España. La de los chotis, que ella cantaba e interpretaba como nadie: Tabaco y cerillas, Las taquimecas, La Lola y tantos otros. La que, sin perder el acento porteño, supo convertirse en una de las más populares intérpretes del alma de Madrid. La que, a poco de debutar en el teatro Romea de la calle de Carretas, cantó junto a Carlos Gardel y, desde entonces, supo del éxito constante a lo largo de toda su vida artística.
Aquella noche de 1984, después de un largo retiro, la vimos reaparecer en un espectáculo titulado Nostalgia. Fue Sara Montiel quien la contrató junto a Olga Guillot y a Manolo Otero.
Recuerdo que ese día remató la función cantando dos tangos que había grabado y popularizado en la década del veinte. A media luz -con el que, se dice, embobaba a Alfonso XIII- y Araca corazón.
Se estaba despidiendo de España.
Poco tiempo después, decidió fijar definitivamente su residencia en Buenos Aires -ciudad en la que nació- y pasar los últimos años de su vida con su familia. Falleció a los 87 años. Pero ni la muerte quiso apagar el fulgor de una estrella que, todavía, es capaz de deslumbrarnos con lo mejor de su legado: sus canciones y su recuerdo.
Fue el 12 de noviembre de 1984, en Madrid, en el teatro La Latina -Vicky y yo recién nos habíamos casado-, que nos cantó a capela en su camerino los primeros versos de Bandoneón arrabalero.