La increíble experiencia de vivir casi dos meses en la Antártida

Carla Novaro, vecina de avellaneda, participó de la campaña en el continente blanco. Vivió en las bases argentinas en los meses de enero y febrero últimos.

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Carla Andrea Novaro, una vecina de Avellaneda que trabaja en la Dirección Nacional del Antártico, dependiente de la Cancillería Nacional, participó en los meses de enero y febrero últimos de la campaña que se realiza todos los años en las bases argentinas del llamado continente blanco.

 

“En el marco de uno de los convenios que el Instituto Antártico Argentino tiene con el Instituto de Oceanografía y Geofísica Experimental de Italia, que consta de la operación de la red de sismógrafos más extensa del continente blanco y de importancia internacional para toda la comunidad científica, se me permitió hacer un curso para poder atender uno de esos software instalados en este caso en la Base Esperanza y así participar de la Campaña Antártica”, explicó Carla a La Ciudad.

 

“Al comienzo me dio un poco de miedo, especialmente por el clima y por la convivencia durante ese tiempo con personas que no conocía”, reconoció Carla, quien cursó sus estudios primarios entre el Colegio San Martín y el ENSPA.“Tenía un poco de temor de quererme volver a la semana. Pero la experiencia de viajar a la Antártida es muy fuerte, incluso para mis seres queridos, que me alentaron a hacerlo y eso fue muy importante para mí”.

 

Luego de los estudios psicofísicos de rigor y de hacerse con la “ropa antártica” que provee la Dirección gubernamental, Carla Novaro partió junto a otros participantes de la campaña rumbo a “La Gamela antártica”, un alojamiento de la Fuerza Aérea Argentina en la ciudad de Río Gallegos.

 

“Estuvimos tres días en la Gamela, hasta que las condiciones meteorológicas y de disponibilidad de vuelos estuvieron aptas”, relató esta vecina avellanedense, madre de dos hijos: Lucas y Matías.

 

El paso siguiente fue la primera gran emoción del viaje para Carla: volar en un Hércules. “Fue una de las experiencias más increíbles que tuve en mi vida. De pronto me encontraba sentada allí como los paracaidistas de las películas!”, graficó  con elocuencia. “Con protectores en los oídos por el ruido de los motores, que sonaban como picadoras de hielo”, describió.

 

El aterrizaje inicial fue en la Base Vice Comodoro Marambio. El primer contacto con el suelo antártico. “Ahí la realidad superó todas mis expectativas y lo que uno puede imaginarse. Todo era tan blanco que me dolían los ojos de mirar, la inhóspita belleza de ese lugar es difícil de transmitir”, contó Novaro, todavía sin poder creerlo. “Allí estuvimos unas 12 horas, hasta que volamos en helicóptero – un MI 117-E, de fabricación rusa que mide 25 metros de largo y puede transportar hasta 27 pasajeros o cuatro mil kilos de carga – hasta mi destino definitivo: la Base Esperanza”.

 

Esperanza: Un pequeño y maravilloso poblado

Esperanza es diferente a todo el resto de las bases antárticas, ya que su disposición es como un pequeño pueblo. Tiene 13 casas en las que se alojan las familias, cuyos hijos concurren a una escuela que también funciona allí. Luego se encuentran otras construcciones como  El  Casino, lugar común de encuentro, donde funciona la cocina general y hay habitaciones de alojamiento. Otra de las construcciones es la enfermería, la carpintería, el taller, el museo, la usina, el sismógrafo, el laboratorio, meteorología, comunicaciones, la radio, la iglesia y otras. Este pequeño y único poblado argentino, tuvo la experiencia de ser el lugar de la Antártida donde por primera vez nació un niño, en el año 1978.

 

“La casa donde me destinaron, junto a un grupo de científicas, estaba totalmente instalada, con las comodidades básicas de cualquier vivienda”, continuó Carla Novaro, a quien lo que más le llamó la atención fue el sistema de provisión de agua, que se realiza mediante una bomba extractora,  instalada en una gran laguna con agua de deshielo, que se encuentra a unos 800 metros de las casas, según explicó.

 

“Hay gente del ejército que trabaja muchísimo y muy duro para mantener en condiciones los caños y que las bajas temperaturas no los congelen”, valoró.

 

“Los tanques de las casas se llenan 3 veces por semana al igual que el desagote de las cloacas. Es una tarea que tiene que hacerse en el horario indicado, ya que hay que abrir y cerrar conductos dentro de la casa. Eso ya de por sí implica una conciencia y una preocupación diferente al que uno está acostumbrado en su vida diaria”, contó.

 

“El  agua tiene que alcanzar para los días estipulados. Hay que racionalizarla muy bien y no derrocharla. Aprendés a bañarte en 5 minutos y a lavar los platos sin tener la canilla abierta, a lavar ropa y a aprovechar el agua del enjuague para lavar otra tanda. Cosas que acá tal vez ni siquiera pensarías”, expresó.

 

Vivir en la Antártida

“Podés tener en tu billetera cientos de miles de pesos y no te servirían de nada en la Antártida”, aseguró Carla consultada sobre la experiencia de vivir en el más austral de los continentes. “Allá es más preciado una planta de lechuga o una fruta fresca que un billete de 100 pesos”, dijo sin dudarlo.

 

“En época de verano, no hay noche. Pueden ser las 2 de la madrugada y es de día. Para dormir, tenía que correr las cortinas, que siempre son de una tela gruesa y oscura para que no pase la luz”, agregó.

 

“Algo que no voy a olvidar nunca es caminar por el terreno de Esperanza y compartir la caminata con pingüinos. Donde quiera que mirara siempre había  montones de pingüinos. Y son tan simpáticos y graciosos en su andar que los primeros días  me pasé sacando fotos y más fotos de pingüinos. Me llamaba mucho la atención tenerlos tan cerca todo el tiempo”, relató Carla divertida.

 

“Con respecto al clima, en la Antártida nunca llueve. Puede haber vientos de 200 kilómetros por hora, nevar a montones, e incluso en verano el frío es por momentos inaguantable, pero nunca llueve”, se extrañó.

 

“Vivir en la Antártida es toda una experiencia extraordinaria a todo nivel, especialmente a nivel humano. Ahí nadie es autónomo, todos se necesitan. No existen las empresas de luz, ni de agua ni las que recolectan la basura. Todo hay que generarlo con trabajo de cada uno y en equipo. Se valora cada cosa de otra manera. Los lazos humanos que se forman son muy fuertes y la solidaridad es algo que está presente todo el tiempo. También producto del aislamiento y de convivir con personas diferentes se generan conflictos, por supuesto. Pero hay que resolverlos, sí o sí. Nadie se puede ir.  Hay que afrontar el problema y hablar. Y es ahí donde uno aprende mucho”, remarcó.

 

“El regreso fue en el Golovni, un barco ruso que lleva las provisiones para todo al personal científico, que volvía de la Campaña de verano hasta Marambio. De allí nuevamente el Hércules a Río Gallegos y de vuelta a casa con vuelo de línea”, concluyó Carla Novaro, sobre su maravillosa experiencia. “Volver también fue emocionante. Reencontrarte con tu familia, tus amigos y abrazarlos y tenerlos cerquita es un sentimiento difícil de explicar, porque de alguna manera ellos también posibilitaron el viaje. Es la más parecido a sentirse completo y  colmado de amor”.

 

Las Marías

“No es una empresa de yerba ni el nombre de nadie. Se le llama así a los turnos de ayudantes diarios para la limpieza del Casino (que es el lugar común) y la de los sábados en las mesas y cocina”, explica Carla Novaro, al referirse a las “Marías”, tal como se conoce al sistema de organización para vivir en la Antártida. “Cada persona que se encuentre en una Base (cualquiera sea) le corresponderá por turnos hacerse cargo de la limpieza de los sectores determinados. Seas mujer, hombre, jefe, científico o lo que seas. Esa manera de organización e igualdad en la que desde el primero al último pasen por las tareas de lavar platos, limpiar baños, etc, es algo que me sorprendió gratamente”, sostuvo Carla.

 

Cumpleaños antártico

Carla Novaro relató a La Ciudad una particularidad muy especial de su estadía en la Antártida. “¡Me tocó cumplir allá mis 50 años! Y nunca lo hubiera imaginado así. Esas personas que apenas me conocían, se ocuparon de prepararme una torta, carteles,me hicieron vivir un momento sumamente emotivo. No tengo más que palabras de agradecimiento y de cariño hacia ellos. Todos y cada uno de los momentos compartidos, los llevaré conmigo y siempre estarán dentro de mis gratos recuerdos”, aseguró.

 

 

 

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