En la película “El Rey León”, Timón y Pumba ya decían “viscosos, pero sabrosos” mientras comían insectos y, al parecer, eso dirá la humanidad en algunos años. La ONU estima que para 2050 la población mundial alcanzará las 9.700 millones de personas y se prevé que esto impactará en el alcance que tienen los sistemas de producción alimentaria actuales. En este sentido, organismos como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) hace tiempo recomiendan recurrir a otras fuentes, como los insectos, para lograr el abastecimiento alimentario y generar un menor impacto en el ambiente.

Según la FAO, hay más de 1.900 insectos comestibles en todo el mundo que presentan múltiples beneficios para incorporarlos al menú, como escarabajos, moscas, gusanos, langostas u hormigas. En primer lugar, tienen un gran valor nutricional al ofrecer energía, grasa, proteínas y fibra y, según el insecto, pueden ser fuente de micronutrientes, como zinc, calcio y hierro. 

También, los insectos representan una fuente alternativa de proteína respecto de las carnes. Por ejemplo, mientras que el contenido de aminoácidos y materias grasas de la carne vacuna es mayor que el de los gusanos de la harina, estos últimos contienen valores comparables de minerales y un mayor contenido de vitaminas. En esta línea, en 2021 la Unión Europea aprobó el gusano de la harina como primer insecto utilizado como alimento en la región.

“Los insectos podrán funcionar como un complemento de proteínas a los sistemas alimentarios que ya conocemos, como la carne. En general, lo que más funciona no es el insecto entero, como comen en México o en el sudeste asiático, sino el polvo del mismo”, explica Mónica Katz, médica especialista en Nutrición, a la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ.

Y continúa: “Se introduce el polvo en una harina o barra proteica, es decir, se lo esconde y el consumidor lo acepta mucho más porque lo que este sabe es que en su alimento hay polvo de proteína de origen de insecto. Los estudios demuestran que el rechazo de las personas es por ver al bicho, pero si está procesado y se agrega a preparaciones, el impacto de desagrado se reduce muchísimo”.

Amigos del ambiente

La cría y alimentación de animales de granja para el consumo humano es responsable de, al menos, el 14.5 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y de la degradación de los suelos. En tanto que, la cría de insectos emite menos gases, requieren menos uso de agua y tierra, y son más eficientes que los animales a la hora de generar proteínas. Por ejemplo, los grillos necesitan doce veces menos piensos (alimento que se le da a los animales) que el ganado para producir la misma cantidad de proteína.

“La alimentación a base de insectos será muy buena, pero se dará cuando nos pongamos todos firmes en hacer algo para cuidar este planeta”, afirma Katz a la Agencia. Para la médica, la comunicación creativa será una parte fundamental en el paso a su consumo. Así lo señala: “Será importante la etiqueta de estos productos, el formato que se le dé al alimento, el sabor final. Habrá mucha creatividad tecnológica para que estas proteínas derivadas de insectos sean aceptadas”.

Incluso, la FAO indica que la cría de insectos requiere un espacio mínimo y se puede realizar en zonas tanto rurales como urbanas, otra ventaja frente a las actividades agrícolas que requieren grandes extensiones de tierra. También, los insectos comestibles se transportan fácilmente y, al ser fáciles de criar, no requieren capacitaciones especializadas. “Por lo tanto, la cría de insectos ofrece oportunidades económicas a quienes tienen un acceso mínimo a la tierra, la formación y otros recursos“, dicta la organización.