Víctor Tommasi, casado con las esculturas y con el arte

Es el autor de numerosas obras que embellecen Avellaneda.

Cuántas veces pasamos por al lado de un monumento o un busto y apreciamos con satisfacción sus formas y nos maravillamos con su realismo o con su significación. Cuántas veces nos deleitamos con el personaje representado y nos olvidamos del genio (el artista) que se esconde detrás de la obra.

Una vez, el gran artista plástico Helmut Ditsch expresó frente a sus colegas de Gente de Arte que cuando una de sus obras «se iba» no sentía nostalgia sino una gran alegría porque se «ampliaba su espacio».

Algo similar vivió el pasado 10 de diciembre el escultor avellanedense Víctor Tommasi, cuando donó un busto del escritor rioplatense Marcos Sastre, a la escuela Nº 3 de la ciudad de Gualeguay, provincia de Entre Ríos.

«En la escuela no tenían ni una foto de su patrono. Y como sé que las escuelas primarias son pobres, no dudé en donar este busto. Pero además los bustos no se hacen con dinero, sino con buena voluntad», dijo con orgullo Tommasi, que nació casualmente en la provincia mediterránea, en la localidad de Larroque, departamento de Gualeguaychú.

El contacto con la comunidad educativa se dio a través de la ahijada del artista, que tiene una hija en dicha institución. La promesa de Tommasi surgió al pasar en una charla y se hizo realidad el Día de la Tradición, inaugurándose en un sencillo pero emotivo acto.

El busto de Marcos Sastre, modelado en cemento y luego patinado para que se vea como si fuese de bronce, le llevó al artista un par de meses de trabajo y se suma a una larga lista de esculturas que Tommasi ha realizado a lo largo de 23 años de profesión como escultor.

Víctor Tommasi nació en 1939, cuando se iniciaba la segunda guerra mundial y tal vez por eso se manifiesta a favor de la paz y en contra de todo lo que sea violencia. Se crió en un hogar «bien constituido», en el campo, aunque perdió a su madre cuando tenía sólo 10 años. Y ya desde chico soñaba con hacer esculturas, a tal punto que, con gran inocencia, esperaba que lloviera para hacer muñequitos con barro, inspirándose en el laborioso hornero.

Más tarde se fue a vivir a San Antonio de Areco, pero allí tampoco había escuelas de arte. Hasta entonces, trabajaba en el campo, arreglaba los molinos, hacía perforaciones, manejaba maquinaria agrícola… Pero lo suyo era otra cosa. No estaba contento con todas esas tareas, aun ganando buen dinero, que luego despilfarraba, porque se sentía inquieto, buscando siempre…

«Una vez tuve una novia que me dijo: yo te quiero, pero vos no vas a tener futuro haciendo muñequitos de barro. Yo quería que me acompañara en mi búsqueda, pero no entendió cuál era mi camino», sostuvo Tommasi, que a los 25 años -lejos de querer ser «un estanciero»- se vino para Buenos Aires y empezó a trabajar en la Municipalidad de Avellaneda (durante el día) y por la noche estudiaba en la Escuela de Artes Plásticas de nuestra ciudad.

Allí tuvo como profesores a Juan José Cano, Alfredo Percivalle, Antonio Pujía y Ramón Castejón, entre otros, y más tarde conoció al escultor Julio Vergottini, con quien entabló una gran amistad. Tommasi destacó que eligió una profesión que le permitió «cosechar una gran cantidad de amigos». Esos «colegas» que se vuelven amigos. Maestros que pasan a ser pares y se salen de la investidura de profesores.

Años después, con los conocimientos suficientes, siguió trabajando para la municipalidad, en la misma Dirección de Espacios Verdes, pero ya como escultor.
Entre sus obras más destacadas, se encuentran: el monumento a los Combatientes y Caídos en Malvinas por la Dignidad de la Patria, en la Fuente de la Esperanza, en Villa Domínico; el monumento a Don Segundo Sombra, en San Antonio de Areco; el monumento a la Cruz Roja Argentina, en el Puente Pueyrredón; el Monumento a la Madre, en el Cementerio de Avellaneda; el Monumento a los Muertos en Malvinas, en la Laguna La Saladita; Jesús Crucificado y una innumerable cantidad bustos: Presidente Illia, René Favaloro, Profesor Berrutti, Estanislao del Campo, General Perón, María Eva Duarte, Hugo del Carril, Mariano Moreno y Antonio «El Cholo» García, entre tantos otros.

Del 25 aniversario de la Gesta de Malvinas (2007), Tommasi recordó la experiencia que significó una de sus obras más emblemáticas:
«El monumento a los caídos requirió unos 700 kilos de arcilla, los cuales modelé solo. A lo último ya me arrastraba para terminarlo. Fue una locura, un estrés muy grande. Cuando entregás tu obra, te queda un vacío muy grande, porque uno pone todo en el trabajo», admitió el artista, que guarda una estrecha relación con los excombatientes –avellanedenses- de Malvinas.

A la hora de definir su vocación, Víctor explica sencillamente lo que ha cosechado en todos estos años: «El arte te hace feliz. La mejor musa es estar bien con uno mismo. Sentirse libre y no tener que ocultar nada».

El artista, que de joven lucía el pelo largo y ondulado, contó como anécdota que pensó hacer alguna vez -para que los más chicos no toquen sus esculturas- dedos índices en arcilla, como si estuviesen rebanados. «Pero después desistí porque pensé que la idea era demasiado grotesca y hereje», dijo, entre risas, Tommasi.

Víctor contó que durante años también se encargó de restaurar una gran cantidad de bustos que se encontraban en condiciones totales de abandono e incluso rotos adrede.

En la actualidad, al escultor de Villa Domínico le atrae navegar por internet y sorprende con su dinámico manejo del facebook. «No lo uso tanto para hacer sociales sino para difundir las cosas que hago», aclaró el artista, quien tiene varias de sus obras en álbumes virtuales y además tiene pensado, en cuanto tenga un tiempito, escribir y publicar su autobiografía en la red.

Sobre lo prolífica que siempre fue Avellaneda en materia cultural y artística, el escultor opinó que «a veces las autoridades no le dan a lo cultural la importancia que se merece. Porque acá hay más talento de lo que ellas se imaginan. Pero los artistas como yo, somos independientes y capaces de hacer una obra, sin depender del apoyo de ninguna autoridad de turno».

A los 72 años, mientras charla de lo que más le gusta, Víctor Tommasi va sintiendo, una vez más, las ganas de emprender una nueva obra. Se siente satisfecho porque ha materializado sus sueños de niño y no se arrepiente de no haber podido formar una familia. «Yo me quedé soltero, sí. Pero siempre digo que me casé con las esculturas y con el arte», finalizó.

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