Te Deum por el Bicentenario patrio en la Catedral Ntra. Sra. de la Asunción

Fue oficiado por Monseñor Rubén Frassia, Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús.

Los obispos celebraron este 25 de Mayo tedeum por el Bicentenario patrio en cada una de las catedrales del país.

En nuestra ciudad, Monseñor Rubén Frassia, Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús lo presidió el pasado martes en la Catedral Nuestra Sra. de la Asunción.

El siguiente fue su mensaje a los fieles:
«En este día tan especial que celebramos, nos unimos a este festejo del bicentenario del nacimiento de nuestra Patria para dar gracias a Dios por nuestra historia y por nuestra memoria.

Memoria
Nos damos cuenta que nuestra nación Argentina ha nacido católica, ha nacido cristiana, ha nacido con respeto, con una historia y con la experiencia del Evangelio y de la Iglesia. Así se fue gestando, luego se consolida y sigue avanzando hasta el año 1816 donde el 9 de julio definitivamente declara su independencia, allí en Tucumán.

Treinta y un congresales participaron de los cuales trece eran presbíteros, sacerdotes. Es decir, se fue acuñando y amasando algo importante que es reconocer la presencia de Dios, la presencia de lo eterno. Esto es algo muy importante porque este Te Deum es la reunión de todos nosotros.

La presencia de nuestros dos intendentes, de Avellaneda y Lanús con sus Concejos Deliberantes, todas las autoridades y todo el querido pueblo fiel: sacerdotes, religiosas y laicos todos reunidos para agradecer a Dios por el nacimiento de nuestra Nación. ¡Dios no molesta!, al contrario, Dios nos reúne, nos da consistencia, nos da fuerzas para vivir como pueblo y como Pueblo de Dios.

Por eso el reconocimiento de su cercanía y de su bendición, y hoy por lo tanto de nuestra gratitud, es la garantía del respeto de los hombres. ¡Dios es el garante, que nos respeta a todos y a cada uno de nosotros en nuestra relación! Relación que a veces se hace dificultosa porque no nos tratamos ni como hijos de Dios, ni como hermanos entre nosotros.

Identidad
En este festejo de darle gratitud a Dios por estos doscientos años, pedimos también el reconocimiento de nuestra identidad. La identidad no significa unificación. La identidad son nuestras raíces ya que venimos de pueblos originarios, de pueblos migrantes, donde todos nosotros formamos y consolidamos una Nación.

La identidad es fundamental y ella es la seguridad de nuestras raíces: ¡sin raíces no hay vinculaciones! Por lo tanto es importante reconocer la cultura; la cultura nacional y nuestra cultura cristiana; nuestra cultura de valores; nuestra cultura de los criterios del Evangelio que debe transformar actitudes, costumbres, posturas y relaciones entre nosotros. ¡La identidad no nos cierra a la comunicación ni al diálogo! Pero si no tenemos identidad, ciertamente el diálogo también se debilita.
Le pedimos hoy al Señor que nos ayude a darnos cuenta que nuestra Nación nació con conflictos, con muchos problemas. La independencia del Reino de España, con todo lo que significa el reconocimiento de aquél Virrey y todo lo demás, que fue elaborado, desarrollado, sufrido, tensionado, con tantas luchas internas, no la podemos vivir anacrónicamente.

Ese anacronismo significa si nos quedamos cada uno en nuestras posturas. Y hoy más que nunca creo que tenemos que recurrir a una grandeza de espíritu y de alma. Y la grandeza de espíritu y de alma es un espíritu de reconciliación.

Reconciliación
La Argentina la formamos todos. Nuestra misión es pasar de habitantes a ciudadanos ya que todos estamos llamados a este concierto de nuestra querida nación, de un modo participativo y no de un modo confrontativo.

Ciertamente, es necesaria la reconciliación. Reconciliarnos para que ninguna inquina, ninguna sospecha, ningún prejuicio, ningún odio, ninguna rivalidad, nos vaya denostando unos a otros. ¡Todos formamos nuestro pueblo y tenemos que estar interesados en la promoción y consecución del bien común! El bien común que, por supuesto, entiende a las personas pero que es superior a las interpretaciones arbitrarias, y es superior a los intereses particulares.

Creo que la reconciliación es un paso que tenemos que seguir dando. ¡No tengamos miedo a los problemas! Llamemos a las cosas por su nombre para abrirnos y tener una actitud de apertura, de realismo y también, por qué no decirlo, de sanación entre todos nosotros. La objetividad, la verdad, para todos y entre todos.

Desafíos
Hay tremendos desafíos. A mí me gusta ser realista y ser positivo. Creo que tenemos muchas cosas importantes, muchos logros que se nos han dado, muchos logros que hemos conseguido, pero también es cierto que tenemos que advertir los inmensos y tremendos desafíos que atravesamos como país, como nación, como sociedad, como Iglesia, como familia.

Es muy importante asumir los desafíos para responder con valentía, con objetividad, con audacia, con verdad, con justicia y con respeto. Por eso son muy importantes las leyes, la autonomía de las leyes, la objetividad de las leyes, ¡tantas cosas que tenemos que volver a transitar para instalar y hacer presente en nuestra sociedad!

Otro desafío que veo con mucho dolor: a veces vivimos como faltándonos en la esperanza, una actitud de cierto derrotismo. Aquél que dice “bueno, nada va a cambiar, todo sigue igual, todo está mal, todo es imposible, el mal está instalado”, y tantas otras cosas. ¡No hay que vivir como derrotados!

Tenemos que tener la grandeza de espíritu que tuvieron nuestros mayores, los pioneros, que amaron a Dios, que amaron a la patria y que dieron la vida por ella; que no se sirvieron de la patria para sus intereses particulares, tuvieron grandeza de alma.

Nosotros tenemos que suscitar en los adultos, en los jóvenes, en los niños, un amor a Dios, un amor a la patria, un amor al bien común, en los que la educación y el trabajo digno, son la garantía de una real participación. Por eso es importante pedirle al Señor que nos lleguen a tocar estos desafíos y a saber dar respuesta para la generación del presente y para la del futuro que ha de venir.

Tenemos que acuñar valores, vivir de los valores. Que los valores no sean meras utopías, que no sean meras ilusiones, sino que sean parte integrante de nuestra cultura; de nuestra cultura humana y cristiana, para aquellos que son cristianos.

Pero los valores son universales, no son privativos de una confesión religiosa. La honestidad, el bien, el amor, el servicio, la solidaridad, son elementos comunes a todos ¡y todos debemos sentirnos identificados y comprometidos a vivir de ellos!

Queridos hermanos, hoy es un día muy especial, es un día grande para dar gracias a Dios. Pidamos que el Señor nos ayude a dar gracias, pero “a poner el hombro”, a trabajar juntos, a que nuestra memoria, nuestra identidad, la reconciliación y los desafíos sean asumidos por cada uno de nosotros.

Como decían muy bien los obispos el 10 de marzo pasado: la patria es un don y la nación es un trabajo y una conquista. Hemos recibido la patria como don, tenemos trabajarla, cada uno, con coherencia, con responsabilidad, con amor, con verdad y con justicia.

Queridos hermanos, estamos celebrando el bicentenario pero también nos estamos comprometiendo a dejar algo mejor para sus hijos y para las generaciones futuras.

Que seamos generosos y pidamos a Dios, fuente “de toda razón y justicia”, para que nuestra esperanza sea garantía de todos los hombres, y que siga estando presente en nuestra sociedad. Pues si Dios se eclipsa de nuestra vida se compromete gravemente la sociedad, las vinculaciones y el comportamiento con la naturaleza, como decía recientemente el querido Papa Benedicto XVI.

Que este Te Deum, esta unión en Dios, nos bendiga a todos, bendiga a nuestra querida Argentina, a este querido pueblo, a esta nación, a este crisol de razas y a todos los habitantes que viven en nuestro suelo argentino para que nos tratemos como hijos de Dios y nos respetemos en serio como hermanos.»

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