Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 6,24-35 (ciclo B) “ Todos tenemos hambre de Dios”

Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde Jesús había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”. Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado”. Y volvieron a preguntarle: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: ‘Les dio de comer el pan bajado del cielo’. Jesús respondió: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”. Ellos le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.

 

Todos tenemos hambre de Dios

La presencia del Señor, la Eucaristía en la que Él se ha quedado, recordando que la Eucaristía es el sacrificio de Cristo en la cruz, es el viernes santo -que Él anticipó un día para celebrar la Última Cena con sus apóstoles, sus discípulos- y en ese sacrificio el Señor se queda, permanece, está presente visiblemente en esa “apariencia” de pan, pero es el Cuerpo del Señor; en esa “apariencia” de vino pero es la Sangre del Señor. Es el único sacrificio. Único e irrepetible pero que se realiza permanentemente porque Dios traspasa las acciones, como el tiempo, porque es lo Absoluto, lo Eterno. En las misas que se celebran acá, o en Estados Unidos, o en Roma, o en la India, o en África, o en cualquier lugar, es el mismo sacrificio de Cristo en la cruz; que es verdadero pan y verdadera sangre.

El ser humano, cada uno de nosotros, tiene apetencias, apetitos: de comida, de vestimenta, de cultura, de relación con las demás personas; apetencias materiales, también espirituales, y hay una apetencia fundamental que es la del Espíritu. Ciertamente, como decía el Papa San Juan Pablo II “si yo no me abro a Dios, no me encuentro a mí mismo, y la trascendencia es lo que da consistencia a mi humanidad”; por eso bueno que tengamos hambre de Dios y TODOS tenemos hambre de Dios y es muy importante reconocerlo, cultivarlo, prepararse, tratarlo con mucho respeto, alimentarnos con su Palabra que también es alimento, sacramento, es su presencia.

Todos tenemos que prepararnos para recibirlo dignamente y no recibirlo indignamente; para recibirlo con atención y no recibirlo por contagio, porque “como todo el mundo va, yo también lo recibo porque tengo que hacer lo que otros hacen”, no. Tenemos que tener conciencia de que estamos recibiendo a Dios.

Cristo es la Palabra de Dios, el verdadero alimento. Su Palabra, la Eucaristía, el Pan de Vida. Quien lo recibe, recibe lo eterno.

 

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