Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Marcos 4,26-34 (ciclo B): “Cuidemos la semilla”.

Jesús decía a sus discípulos: “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”. También decía: “¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra”. Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

“Cuidemos la semilla”
Queridos hermanos, Jesús nos habla de la semilla que crece, con todo el significado de su tratamiento -uso de la tierra, el saber esperar, tener paciencia para que crezca- y que todo eso sigue siendo realidad al día de hoy. Luego, obviamente, la tecnología, las nuevas técnicas de tratamiento que siempre vienen bien, ayudan y una cosa no compite con la otra. Siempre, en la obra de Dios, en la creación, en la naturaleza, hay una conexión, un cuidado y una relación muy importante; también hay una desproporción: Dios es Dios y el hombre es el hombre.

El hombre puede descubrir muchísimas cosas y debe hacerlo, pero siempre ante Dios tiene que haber el reconocimiento, el respeto, la aceptación. Pensemos en el campo de la medicina, de la ciencia, de la tecnología. Dios no compite con nadie, no rivaliza; somos nosotros los que pretendemos endiosar lo que uno produce o apropiarnos de lo que hemos recibido. Debe haber una relación, pero también una integración y una sana subordinación.

Pidamos a Dios que nos enseñe a tener paciencia. Paciencia con nosotros mismos para que la semilla siga creciendo. Paciencia con los demás, paciencia en la sociedad, paciencia con cosas de la Iglesia. Tenemos que tener una paciencia que no es cruzarnos de brazos, sino que es una paciencia que está sostenida por la confianza; confianza que es importante tenerla y alimentarla; creer en la Palabra de Dios, en los sacramentos, creer en Cristo presente en la Eucaristía. ¡Fructificar! Dar frutos y no apagar el espíritu jamás. Cultivar la fe, hacer cultura de la fe.

¿Qué significa hacer cultura de la fe? Incorporar los valores cristianos en nuestra vida cotidiana: el perdón, el respeto, la dedicación, el servicio, el sacrificio, porque de alguna manera son hábitos que tienen que estar presentes para que corroboren lo que creemos y corroboremos que Dios está presente en nuestra vida.

La semilla está y el crecimiento también, pero hay que cuidarlos, darles desarrollo y acompañamiento en la responsabilidad. No olvidemos aquello que “si sembramos vientos, cosecharemos tempestades”; si no educamos a los hijos, si no valoramos las cosas en nuestra familia, si no transmitimos estas cosas importantes cotidianamente, ¡van a estar ausentes!, ¡van a ser carentes de ello! Les va a faltar aquello que teníamos que haberles dado y transmitido y no lo hemos hecho por pereza, por omisión o mala voluntad. Cuidemos la semilla, el don que Dios nos regala.

 

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