Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 20,19-31: ¡Vivamos como resucitados, no como derrotados!

Al atardecer del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

¡Vivamos como resucitados, no como derrotados!
Podemos pensar algunas cosas que son fundamentales: primero, después que Jesús fue crucificado, muerto y colocado en la tumba vacía, los apóstoles, sus discípulos, se reunían pero estaban encerrados y tenían miedo por causa de la persecución de los judíos, porque estaban comprometidos con Jesús que era uno de ellos. Y el miedo, el miedo a salir, a ser encontrados, a correr el riesgo; el miedo que está muy presente en nuestra vida, el miedo a ser bueno, a ser cristiano, a vivir diferente a los demás.

Recuerdo que San Juan Pablo II, en una exhortación a Europa, les decía “perdonen, ustedes son agnósticos, pero tengo que darles una noticia ¿saben una cosa?, ¡soy creyente!” y pareciera que hay que pedir permiso para ser creyente. Fijémonos: en la marcha de la defensa de la vida fue mucha gente y los medios, no sé por qué motivos, mucho no lo difundieron; ciertamente era domingo, pero cuando hay interés hay programación.

En este hecho que narra el Evangelio, Jesús no es un fantasma, Jesús es de carne y hueso transformados, allí los discípulos lo vieron y luego, en la segunda semana, Jesús le dice a Tomas que lo toque para que vea y crea; es así que la fe toca y cuando uno tiene fe lo toca al Señor y le responde con fe.

Vivamos una vida resucitada. El Señor está presente, acompaña, está al lado de uno, está en uno y camina con uno. No tengamos miedo. La libertad es un don, una gracia, pero también el ejercicio de lograrlo es una conquista. ¡Vivamos como resucitados, no como derrotados!

Que Dios, rico en misericordia, tenga misericordia de cada uno de nosotros.

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