Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio San Marcos 1, 1-8 (ciclo B) Adviento 2: Necesidad de una conversión profunda.

Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Como está escrito en el libro del profeta Isaías: ‘Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino.’ Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos, así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.

 

Necesidad de una conversión profunda
La presencia de Dios en los pueblos, en la historia de la humanidad; cómo Dios fue eligiendo al pueblo de Israel, su pueblo, para manifestarse, para acercarse, para ser reconocido; ese Dios que ha hecho una alianza con este pueblo y que en un momento le dijo: “a partir de este momento tú serás mi pueblo, pero yo para ti seré tu Dios”; esa alianza que no la quebranta jamás. Nosotros nos podemos apartar, alejar, ser indiferentes, pero Dios no se alejará jamás.

Hay mediadores, que son los enviados para llevar un mensaje, un contenido. Juan el Bautista, el último de los Profetas, es el que tiene la misión de anunciar la llegada de Jesucristo. Él ha sido enviado y, obediente, está preparando el camino para el encuentro con Jesucristo.

Allana el camino, como cuando uno tiene que hacer un pavimento, o construir una pared, mide bien los cimientos, luego los ladrillos, el encofrado grueso y para terminar hace el encofrado fino; hay un proceso, hay tiempos. Así mismo, la presencia de Juan el Bautista, el enviado, es para que nos preparemos bien al encuentro con Jesucristo. Él nos invita a tener un proceso de conversión.

A veces uno puede decir “¡uy, siempre la Iglesia con lo mismo!, nos pide conversión, nos pide penitencia”, es que es así. Somos frágiles, somos pecadores, somos cambiantes, somos inestables; tenemos una grandísima humanidad pero otras veces, y al mismo tiempo, somos tan pequeños y tan inhumanos; la contradicción está.

Esa contradicción está en los demás pero también está en cada uno de nosotros. Juan el Bautista nos invita a un proceso de conversión, cambio del corazón. Y frente a este cambio de época, en el que todos estamos insertos, tenemos que tener una conversión profunda: a los valores, a las enseñanzas del Evangelio, a la doctrina de la Iglesia, al respeto por el otro, por los otros; el camino de conversión es importante. ¡Quien lo niega y dice que no necesita de la conversión, diciendo que ya está como acabado, resuelto, como si todo estuviera bien, se engaña!

Uno de los reglamentos más grandes, de los mecanismos que existe en sicología me parece que es el mecanismo de negación: para no cambiar, se niega el problema, se niega la situación y, como se niega, no habrá cambio ni transformación. El mecanismo de defensa es la decisión de querer seguir permaneciendo en la misma situación. Conversión pastoral, en los Obispo; conversión del corazón, conversión personal y cada uno de nosotros estamos llamados a esto.

Que nos preparemos para ese encuentro poniendo en concreto, en el presente, cosas claras para que estos medios nos permitan alcanzar el fin.

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

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