Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio San Mateo 22,34-40 (ciclo A): Amarse para poder amar

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”. Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”.

 

Amarse para poder amar
Queridos hermanos: uno puede afirmar que el amor de Dios es lo que nos equilibra, nos alimenta, nos nutre, nos fortalece, nos ilumina, nos da vida, nos llena el alma, nos llena el corazón; pero este amor DE Dios y amor A Dios, nos lleva necesariamente a amar a nuestros hermanos.

 

Por eso Jesucristo es la garantía, el respeto, la justicia, el cuidado social a nuestros hermanos. Porque amo a Dios me tengo que interesar de las cosas de los hombres. No puedo poner excusas, no puedo decir “como amo a Dios, me desentiendo de los hermanos”; sino al contrario “porque Amo a Dios, me debo volcar y comprometer en el amor a nuestros hermanos” -Fe y vida. Fe y compromiso. La presencia de Dios que nos lleva al compromiso solidario, fraterno, de justicia, de verdad, de honra, de respeto, para con los demás.

 

Muchas veces, este equilibrio se va desdibujando, porque tengo una relación -yo diría- simulada o falsa con Dios, luego mi compromiso también es simulado o falso para con los pobres. No puedo usar uno en contra del otro, o uno en detrimento del otro.

 

Hay algo que también es cierto: muchas veces no amamos a Dios, ni amamos a nuestro prójimo, porque no sabemos amarnos a nosotros mismos; porque el próximo, -el prójimo más cercano de uno- es uno mismo. Nosotros tenemos que amarnos; no con un amor de concupiscencia, pero sí con un amor de benevolencia, un amor de respeto, donde yo debo cuidarme para que el amor de Dios no se desintegre en mi vida, para que el amor de Dios llegue a mis hermanos, pero si yo no AMO y no ME AMO no sabré amar a los demás. Los voy a usar, a manipular, a “sicopatear” como dicen los jóvenes.

 

Es muy importante saber que UNO es importante porque Dios nos ha confiado la vida; uno tiene que amarse con ese mismo amor de Dios, pero amarse, para poder amar a los demás. Y otras veces, como no llegamos a esta plenitud y a esta madurez, no alcanzamos las otras finalidades.

 

“Amar a Dios con todo el corazón y con todo el espíritu; y amar a los demás como a uno mismo” siguen siendo realidad vigente en nuestra vida. Que alcancemos la plenitud y vivamos en la madurez.

noticias relacionadas