Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Marcos 6,1-6 : Servir a Dios con el corazón y con la vida.

Jesús se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa». Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.

 Servir a Dios con el corazón y con la vida
Queridos hermanos, ¿qué significarán esas palabras, «se asombraba de la falta de fe»?, porque es algo que también debemos preguntarnos nosotros. Muchas veces estamos cerca de las cosas religiosas, de las cosas de la Iglesia, tocamos estos temas, pero no siempre creemos, ni privilegiamos, ni reconocemos el centro, la primacía que es Dios, que es Cristo, en nuestra vida y en la vida de los demás. En esto importante desmenuzar nuestra relación con las cosas del Evangelio, con las cosas del Señor.

En el texto de hoy, vemos a los connacionales de Jesús -de aquella época- que creían conocerlo, porque se supone que estaban al tanto de su procedencia, describían situaciones de vecinos, parientes, primos, hermanos; sin embargo «lo conocían pero no lo conocían», porque no reconocían en Jesús al Mesías, al hijo de Dios.

Hoy en día también pasa eso mismo. Muchas veces creemos que es suficiente cuando alguna vez vamos a misa, o recibimos alguna bendición, o vamos a una peregrinación, y en eso nos quedamos. De alguna forma mostramos nuestra ignorancia y nuestra falta de amor, porque no priorizamos.

A veces queremos hacer una religión, o un Dios, a nuestra manera de ser, de pensar, de obrar; a nuestra manera de bolsillo, a los intereses, a las emociones; y uno quiere reducir todo eso mezclándolo como si fuera todo igual, como se dice popularmente: «la Biblia y el calefón», como que todo es un cambalache donde todo da lo mismo así sea de una manera o de otra. Sin embargo las cosas no son así. Hay que priorizar y hay que privilegiar.

A Dios no se lo puede tratar como si fuera una cosa distinta de nosotros. Cuando el hombre rechaza a Dios pierde la luz, pierde el equilibrio y todo sale mal. Hay separaciones, luchas, contradicciones, soledades y una profunda incapacidad de comunicación, de vivir en la unidad, en la verdad, de comprometernos, de tomar al otro como EL OTRO. Frente a una situación así, hay una constante manipulación.

Si rechazamos a Dios, tocándolo negativamente, también tocamos al hombre, que es lo más preciado de Dios. Cuando perdemos el equilibrio, inmediatamente repercute de forma negativa en el trato para con los demás. Por eso digo que Dios es nuestra luz, nuestro equilibrio, nuestro centro, nuestra roca.

Pidamos al Señor que creamos en Jesús, Hijo de Dios y de María Virgen,  el Mesías, el Enviado, el Salvador, que vino a dar la vida por todos nosotros. Ahí está la razón suficiente para unificar nuestra existencia y servir a los demás.

No creamos conocerlo porque «hacemos unas cosas externas»; a Dios hay que servirlo con el corazón y con la vida. No basta decir «Señor, Señor», sino hacer la voluntad de Dios, nuestro Padre.

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