Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Marcos 5,21-43 (forma breve): Movilizarnos y comprometernos.

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva». Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?». Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.  La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!». En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.

 

Movilizarnos y comprometernos
Estamos en el punto central de aquella afirmación: «Dios nos ha creado a todos para la existencia, para nuestra vida.» Por eso, Dios no creó al hombre para que cayera en la nada, para que sea simplemente «una emoción», un paso y después nada. Tampoco Dios creó la muerte y no se goza en la destrucción de los vivos. La muerte ha entrado por la envidia del maligno, por el pecado del hombre.

 

Dios Padre envió a su Hijo para liberarnos del peso tremendo y casi absoluto del poder de la muerte. Con su crucifixión, muerte y resurrección, Cristo venció al pecado y venció a la misma muerte. Por lo tanto, es importante saber que Él abrió las puertas para  ir al cielo; abrió las puertas para que nos encontráramos en un abrazo con el Padre. Nos dio la inmortalidad, la divinidad, nos participó su amor, nos dio lo eterno, que ya comienza, aquí.

 

Es cierto que Cristo no nos quita los sufrimientos, los dolores; pero siempre Dios, en Cristo, da sentido al dolor, al sufrimiento, a la misma muerte. Por eso es fundamental que, si creemos que Cristo resucitó, tenemos que vivir como resucitados y no como derrotados; vivir como personas que están colmadas y llenas de esperanza.

 

Esta confianza -de lo absoluto y de lo eterno en nosotros- no nos tiene que hacer cruzar de brazos, sino todo lo contrario: nos tiene que movilizar y comprometer para que podamos transformar esta realidad, esta vida, esta sociedad, en una vida más digna, más plena, más crecida, más responsable, más sana. Tenemos que salir de tantas enfermedades que a veces aplastan y producen el deterioro de la vida humana.

 

En la Oración por la Patria rezamos «Argentina levántate y camina» y le pedimos a la Virgen que nos ayude a levantarnos y caminar para que nuestra patria sea realmente una patria de verdaderos hermanos, para que vivamos una vida más plena.

 

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