Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».
No vivir la fe de un modo aislado
Es el conocimiento trinitario: tres personas distintas y un solo Dios Verdadero: el Padre, que engendra; el Hijo, que es enviado por El Padre y el Espíritu Santo, que es el amor entre el Padre y el Hijo que se quieren íntimamente, esencialmente.
El Padre es el que envía, el Hijo tiene una misión y el Espíritu Santo tiene otra misión. El Hijo se encarnó, nos salvó en la cruz, resucitó y ascendió al Padre a quien le presenta su Reino. El Espíritu Santo viene, enviado por el Padre y el Hijo, para santificarnos y estar presente en medio de su Pueblo, la Iglesia, hasta el final de los tiempos.
Es el Espíritu que nos da la vida; por Él leemos el Evangelio, que no es letra muerta; por Él nos acercamos a los Sacramentos y recibimos la gracia que cada uno de ellos produce y causa en nuestra vida: el Bautismo nos hace hijos de Dios; la Confirmación nos da el Espíritu Santo para ser verdaderos testigos; la Eucaristía nos da el Cuerpo y la Sangre de Cristo, alma y divinidad de Dios; la Reconciliación nos perdona y nos integra al Pueblo de Dios, la Iglesia. Habiendo herido a Dios, herido a la Iglesia, lastimado a nuestros hermanos, Cristo, en el sacerdote, nos sana y nos reincorpora como verdaderos hijos de Dios. Y así cada uno de los sacramentos.
La fuerza del Espíritu nos dice que este tiempo ya está definido, esta Historia de la Salvación ya está objetivamente concretada y realizada en Él que ya nos salvó. Ahora tenemos que vivir como resucitados, como misioneros y como discípulos. Tenemos que ir, anunciar, bautizar y llevar el nombre de Cristo a toda persona, pues toda persona tiene derecho a conocer a Jesucristo y acceder a la salvación. Por eso la Iglesia es esencialmente misionera y evangelizadora.
Cuando nos miramos a nosotros mismos nos encerramos y no estamos cumpliendo con el mandato del Señor. El Papa Francisco nos dice «yo quiero una Iglesia en salida y no una Iglesia que se queda adentro»; por eso la Iglesia tiene que salir a todo hombre, a todo hermano, a toda persona.
Que la fuerza de la Santísima Trinidad, ese Dios que no es solo sino que es comunión y comunidad, nos enseñe a vivir nuestra fe en comunión y en comunidad. Común Unión con Dios y Común Unión con nuestros hermanos, con el Pueblo de Dios, para no vivir nuestra fe de un modo aislado.
