Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 3,13-17 (ciclo A) : «La cruz es un lugar de luz».

Jesús dijo a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida Eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

«La cruz es un lugar de luz»
El misterio de la salvación, de la redención, de la gloria de Dios, pasa a través del misterio de la encarnación en el seno virginal de María y fundamentalmente  pasa a través de la cruz de Cristo. Él es el único que tiene autoridad, como leemos en este texto: «nadie ha subido al cielo sino aquél que descendió del cielo»

Este descenso de Dios para con nosotros al hacerse hombre, y este hombre glorificado y exaltado, que asciende al cielo, es el que tiene autoridad, el que compromete, el que cambia, el que modifica intensa y profundamente el destino del hombre, el destino de la humanidad. El sacrificio de Cristo es un sacrificio de cruz y es un sacrificio de redención; y si es de redención también lo es de salvación.

Cuando miramos al traspasado, al crucificado, entendemos todas las cosas: los dolores, los sufrimientos, las cruces, los límites, los pecados, las miserias de los hombres donde esa cruz no es lugar de derrota sino lugar de victoria. La cruz es un lugar de luz porque Dios nos puede modificar, perdonar, cambiar, transformar. El Hijo del Hombre, el Siervo de Dios, es levantado para que todos los que lo miren y contemplen queden beneficiados.

El cristiano, el católico, es una persona llena de esperanza. Esa esperanza no es colorear ingenuamente todos los acontecimientos de la vida social y del mundo para decir «¡qué lindo, qué lindo!» NO. Pero sí, el cristiano es la persona que tiene la esperanza que no depende de uno, sino que «viene de lo alto», que viene de Dios.

Decía el tango que «al mundo le falta un tornillo», porque está tan desarticulado, tan empastado y tan opacado. Pero si levantáramos la mirada con fe y si viéramos el sacrificio, el amor y la entrega de Cristo por nosotros, por todo el sufrimiento del mundo ¡cómo no vamos a cambiar!, ¡cómo  no vamos a ser distintos!, ¡cómo no vamos a ser mejores! Que no le queden dudas a nadie: el amor de Cristo es inagotable y tan extraordinario que nos cambia la vida.

Pidamos que esta Exaltación de la Cruz sea también la animación de nuestra esperanza y la decisión de vivir en el amor, en la entrega, en la fidelidad, en el servicio y en el sacrificio.

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