Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Mateo 21, 1-11 -abreviado- (ciclo A): «No vivamos distraídos esta Semana Santa».

Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente, e inmediatamente encontrarán un asna atada, junto con su cría. Desátenla y tráiganmelos. Y si alguien les dice algo, respondan: ‘El Señor los necesita y los va a devolver en seguida’». Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: ‘Digan a la hija de Sión: Mira que tu rey viene hacia ti, humilde y montado sobre un asna, sobre la cría de un animal de carga’. Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les había mandado; trajeron el asna y su cría, pusieron sus mantos sobre ellos y Jesús se montó. Entonces la mayor parte de la gente comenzó a extender sus mantos sobre el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y lo cubrían con ellas. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba: «¡Hosana al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!» Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, y preguntaban: «¿Quién es este?» Y la gente respondía: «Es Jesús, el profeta de Nazaret en Galilea».

No vivamos distraídos esta Semana Santa
Este es el inicio de la procesión de los ramos, donde hay alegría, victoria, gozo, júbilo, hossana. Pero luego la liturgia -transcurridos breves minutos- nos larga y pone en medio de la comunidad el relato de la Pasión. Y esas voces de alegría, victoria y júbilo, se confunden tremendamente diciendo: «¡crucifíquenlo!, ¡crucifíquenlo!» La contradicción, lo paradójico, lo cambiante del ser humano, que está plantado en el centro de nuestra historia de salvación.

Lo importante es que Cristo va al encuentro de la muerte con libertad de Hijo. Él sabe perfectamente a dónde va y sabe perfectamente lo que va a acontecer. Es un momento crucial del misterio de Cristo y de la vida cristiana: la cruz es la obediencia al Padre pero también es solidaridad con los hombres.

Cristo elige. Cristo acepta. Cristo asume. Cristo se entrega, se da, es el sufrimiento del Siervo del Señor. Nos muestra un camino, no elige la fuerza, ni el poder, ni la riqueza, sino la debilidad y la pobreza. De allí la importancia que, en esta Semana Santa, sigamos a Jesús hasta la cruz para ser partícipes de la resurrección. Es un signo que el pueblo aclama al Rey: lo reconoce como Señor que salva y libera.

Que en esta cruz depongamos las falsas imágenes que muchas veces tenemos de Dios.  Es nuestra mente la que, a veces, crea esas falsas imágenes que lleva a equivocarnos, o preguntarnos de modo irónico, o con murmuración: «¿dónde está la omnipotencia de Dios?», «¿dónde está su perfección?», «¿dónde está su justicia?», «¿por qué no interviene en ciertas situaciones intolerables?» Para esas preguntas la respuesta es SOLO LA FE, que es capaz de leer la omnipotencia de Dios sobre la impotencia de la cruz.

Él viene y se entrega por nosotros y para nuestra salvación. Él mismo se entrega, con libertad soberana, por amor. Es importante que también nosotros asumamos el sufrimiento y el dolor del camino. No quita nuestras cruces y cada uno tiene la suya, que a veces resulta muy pesada: traiciones, abandonos, injusticias, mentiras, infidelidades, mezquindades. ¡Tanto deterioro que hay, lacerando el corazón de la humanidad!, pero Cristo no lo quita sino que da sentido y hay que asumirlo.

¿Cuáles son sus consignas? Él perdona; saca al homicida el propio pecado; aquél que es vencido, perdona; el vencedor lo libera de su agresividad mortal, mostrándole cómo el amor vence al odio y Dios reina sobre un trono y ese trono es un leño.

Queridos hermanos, no vivamos distraídos en esta Semana Santa. Metámonos en el misterio y acompañemos a Jesús, tomando el lugar de cada uno de los personajes bíblicos, asumiéndolo, acompañándolo y quedándonos con Él agradeciendo su eterna e infinita misericordia. Si dice Jesús «nadie me quita la vida, yo la doy libremente», ¿cómo nosotros vamos a quedar igual que antes? A tal amor se responde sólo con amor.

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