Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 9,1-41  -abreviada- (ciclo A) : «Una mirada nueva para reconocer la realidad».

Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento (…) escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado». El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?». Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». Él decía: «Soy realmente yo». El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta». Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.

«Una mirada nueva para reconocer la realidad»
Las cosas nos son repentinas, siempre es un proceso; por eso es importante saber que en ese proceso tenemos que seguir un camino que comienza visualizando lo grande, luego va agudizando la mirada hasta encontrar lo definitivo.

Con el Señor pasa lo mismo: uno ha tenido una experiencia, que ha vivido de una forma, que se ha expresado, manifestado, a través de su Palabra, a través de los Sacramentos, a través de la Eucaristía, a través del perdón, a través de la Iglesia, a través de una enfermedad o situación difícil o una situación hermosa; pero siempre el encuentro con el Señor es una decisión y una respuesta.

Siempre la iniciativa es de Dios, pero siempre el hombre tendrá que responder y esta respuesta es asentir, decir «Sí Señor, yo creo que Tú eres Dios», «creo que de Ti he recibido la vida y quiero darte mi vida a Ti»; pero se tiene que tener conciencia, no una mera reacción pasiva y sentimental.

Uno de los criterios para un creyente, para un cristiano, es pensar en la fe. «Creo para entender, entiendo para creer». Es una realidad muy importante que nos lleva a hacer una especie de hermenéutica, una interpretación es decir entender, interpretar, para tener «ojos nuevos» porque muchas veces «miramos pero no vemos». Miramos penumbras, miramos figuras, pero no descubrimos realidades.

El que tiene fe, ve más profundamente, reconoce la realidad; y es eso lo que tenemos que alimentar. Poder ver la historia con Él, poder entender, poder comprender, poder gustar «una mirada nueva», para juzgar la vida como Él, para elegir estar en esta Historia de Salvación, para amar con Él y como Él.

Si reconocemos nuestras carencias, ellas pueden ser sanadas. Las carencias pueden ser físicas –por ejemplo la vista-, pueden ser personales, morales, sicológicas, afectivas, familiares, sociales e incluso pueden ser eclesiales. Reconocerlas nos permite seguir avanzando y llamar las cosas por su nombre.

En esta Cuaresma, digamos al Señor «tengo mis ojos cargados de pecados y oscuridades, necesito tu luz para ver de nuevo tu vida en la Historia de la Salvación». Se los deseo y me lo deseo y que el Señor nos haga la luz para poder mirar, poder contemplar, poder agradecer y percibir la belleza que Dios da a la Iglesia, a la humanidad, a la naturaleza y a todo el mundo.

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