Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Mateo 17, 1-9 (Ciclo A): «Salir del pecado para vivir una vida de Luz».

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo». Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

Salir del pecado para vivir una vida de Luz
Es el pasaje de la Transfiguración. Cristo, sabiendo que se anticipaba su Pascua, su crucifixión y muerte con todo lo que eso significa, recibe la visita de Moisés y Elías, del Antiguo Testamento y sobre todo la confirmación del Padre: «este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección; escúchenlo»

La vida es un camino hacia una meta. Hay proyectos, ideales, aspiraciones, que a veces son claros y otras tantas pueden ser confusas. Por eso la conversión es un itinerario hacia la Pascua que es el punto central, el vértice, del año litúrgico. El camino es largo, a veces duro, pero lleno de esperanza.

La vida cristiana esta puesta bajo el signo de la tentación y Dios, a veces, puede parecer lejano o ausente; pero Él nos eligió a nosotros y el que lo eligió a Él y se fía en Él, sabe que su vida tendrá una respuesta positiva. En la Transfiguración la Iglesia ve -en Cristo- el sentido y la orientación del propio éxodo, la gloria de la Resurrección inseparable del escándalo de la cruz.

Veamos el texto: la luz, la nube, la voz, son características de la manifestación de Dios. El Padre indica, en Jesús, al Hijo predilecto, siervo disponible al cumplimiento de su voluntad, destinado al sacrificio y a la gloria. La  nube es el lugar de la Divina Presencia. La voz indica «escúchenlo», es decir, acoger y recibir la persona de Cristo.

Escuchar, obedecer y seguir, es el compromiso. Hoy prácticamente no escuchamos; oímos, nos aturdimos de cosas y nos olvidamos rápidamente lo que se nos dijo, o se nos compartió con el corazón abierto. Porque estamos llenos de cosas pero no estamos disponibles para escuchar a los demás.

De ahí la importancia de saber que siempre tenemos que tener una orientación, levantar la mirada, encontrarnos y partir, salir, ir en camino; dejar un presente cierto por un futuro incierto. Jesús les dijo a los Apóstoles «no lo  digan ahora, díganlo después». También nosotros, por el encuentro con el Hijo de Dios vivo, tenemos que partir.

Partir, salir de nuestros egoísmos, salir de lo opaco a la luz, hacer apostolado, dar testimonio, tener una vida abierta, transparente, diáfana, romper esclavitudes, romper límites, romper aquellas cosas que nos atan, nos asfixian y nos quitan las ganas de vivir. Tenemos que salir del pecado para poder vivir una vida de luz, una vida de Su Presencia, una vida conforme a Su Palabra.

No depende de nuestro esfuerzo, depende de la presencia, en nosotros, del Resucitado. Dejémoslo obrar y viviremos como resucitados

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