Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Lucas 23,35-43: “Que Cristo Rey reine en nuestros corazones”.

Después que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!”. También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!”. Sobre su cabeza había una inscripción: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”. Él le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Que Cristo Rey reine en nuestros corazones
Crucificado, Cristo va a morir en la cruz; el que vino, el Enviado, el Elegido, el Ungido, el Mesías, el que viene a salvarnos, Jesús viene a hacer la voluntad del Padre. Misteriosamente, uno no sabe por qué se le eligió y aceptó este modo, este camino. Ciertamente podría haber sido de otra forma, pero eligió esto. La encarnación en el seno virginal de María, el hacerse hombre en todo menos en el pecado, asumir nuestra naturaleza humana, vivir lo divino y lo humano sin confusión y de un modo extraordinario, en lo humano mostrarnos el cielo y desde el cielo enseñarnos a ser humanos, esa síntesis de lo divino y lo humano: lo humano EN lo divino y lo divino POR MEDIO de lo humano.

En esta vida, los cristianos tenemos que hacer lo mismo; tenemos que repetir ese misterio, el misterio del Espíritu en nosotros. Él nos muestra su misericordia, su amor, su perdón, muere por todos, no tiene prejuicios, no se escandaliza de nada, no excluye a nadie, no se aleja de nada; pero lo que pide es la respuesta y la aceptación.

Frente a este acontecimiento salvífico, se lo acepta o se lo rechaza, se vive con indiferencia o se vive con fuerza, se sigue o no se sigue. Observemos al buen ladrón y al mal ladrón. El mal ladrón fue egoísta, buscó su parte; pero el otro supo reconocerle que “éste no había hecho nada” y le pidió que se acordara de él en su Reino.

Queridos hermanos, ¡basta de estar dormidos!, ¡despertémonos!, ¡sepamos que la presencia de Dios es lo más fuerte y el significado más profundo que tenemos los seres humanos!, ¡es muy triste vivir sin Dios!, ¡es más fácil vivir con Él! Como decía Santa Teresa de Jesús “¡qué triste es vivir sin Dios!”

Que en este día nos dispongamos a seguirlo, a escucharlo, a pedirle que tenga misericordia de nosotros, ¡para cambiar nuestra vida, nuestras familias, nuestra sociedad, para cambiar la Iglesia y para que el corazón tenga paz, tenga unidad!

Que Cristo Rey reine en nuestros corazones.

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