Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio San Mateo 13, 24-43 -forma breve- (ciclo A): “Paciencia de Dios”

Jesús propuso a la gente otra parábola: “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: ‘Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?’. Él les respondió: ‘Esto lo ha hecho algún enemigo’. Los peones replicaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’. ‘No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero'”(…)

 

“Paciencia de Dios”
¡Qué simple pero qué real! El buen trigo y la cizaña. La cizaña puede venir de afuera, cuando otro te puede sembrar la duda, te puede perturbar, te puede ensuciar, desestabilizarte o tentarte en muchas cosas; pero también es cierto que la cizaña puede salir de lo más profundo de nuestro corazón. Por eso el ser humano siempre es un misterio de luces y sombras, cosas buenas y también algunas cosas negativas.

 

Frente a esta constatación, esta tensión, esta dualidad, no ontológica -pero sí una tensión entre lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira, la gracia y el pecado- está la paciencia de Dios enfrentada a nuestra impaciencia. Paciencia de Dios que espera hasta el final y nuestra impaciencia donde no soportamos ver el error en otros, o no soportamos ver nuestras propias fragilidades; es así que frente a esta visión negativa uno sucumbe, pierde la esperanza, pierde la constancia y pierde la perseverancia. Es importante la actitud de paciencia de Dios y también de nuestra perseverancia.

 

El perdón de Dios viene siempre, vence siempre, viene para todos, no excluye a nadie y ningún pecado puede romper el puente de la misericordia de Dios. Como decía San Juan XXIII “Dios es la dulzura y esa es la plenitud de la fuerza”, también nosotros tenemos que ser suaves y dulces con nuestros hermanos. Recordando a San Francisco de Sales: “una gotita de miel reúne más que un tonel de vinagre”

Pidamos al Señor sabiduría, paciencia, pero siendo conscientes que todos tenemos un regalo, un don, y además una respuesta y una responsabilidad. Que prevalezca en nosotros el bien y vaya disminuyendo considerable y notablemente el mal en nuestras vidas.

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