Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio San Juan 6, 51-58 – ciclo A: “Eucaristía: Memoria viva”.

Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.

 

Eucaristía: Memoria viva
El misterio más grande, central, la plenitud de nuestra fe es la Eucaristía; es Cristo que se quiso quedar con nosotros bajo las especies sagradas del Pan, transformado en su Cuerpo, y el Vino, transformado en su Sangre. El contexto es la Pasión, la Pascua; Cristo come con los Apóstoles, se entrega a ellos y en ellos a toda la Iglesia. Es el único sacrificio; un sacrificio que será consumado en la cruz.

 

Cuantas veces celebramos la Eucaristía, nos acercamos a Ella, participamos y la recibimos, estamos participando del único sacrificio redentor de Jesucristo. A un costo de alto precio Cristo nos compró en la cruz. Redimir es volver a comprar. La salvación en Cristo es el camino para la humanidad, de allí que la Eucaristía es la memoria viva de algo que se hizo ayer, pero que no queda en el pasado sino que es permanente, por siempre y para siempre.

 

Cuantas veces recibimos la Eucaristía estamos recibiendo al mismo Jesucristo, a Dios que viene a alimentarnos para darnos fuerza, para robustecer nuestra vida. Viene a nosotros la Luz para que desaparezca de nuestros ámbitos las tinieblas: el pecado con todas sus consecuencias. La Eucaristía viene para curar todas nuestras heridas, como bálsamo para nuestros sufrimientos. La Eucaristía viene para sentirnos parte y para que podamos -con Él y como Él- hacer la voluntad del Padre.

 

Cuantas veces recibimos y participamos de la Eucaristía fortalecemos la amistad con Él y también la toma de conciencia de nuestra misión. Es lo más vital, lo que está vivo, lo que nos hace vivir; porque quien recibe a Cristo no está muerto, no está angustiado ni debilitado, sino que tiene y cuenta con la fuerza de su presencia, de su Persona.

 

Que Corpus Christi nos anime para vivir en la convicción de nuestra fe y en la experiencia de nuestra entrega sin ningún tipo de división.

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