Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio San San Juan 1, 29-34 «No archivemos nuestro bautismo».

Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo’. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios».

 

«No archivemos nuestro bautismo»
La persona de Jesucristo -que es el Ungido, el Mesías, el Enviado, Aquel que viene a hacer la voluntad del Padre- es evidente que viene a cumplir la misión y hay signos y preparaciones: el Pueblo de Israel lo esperaba, los Profetas los anunciaban, Juan el Bautista lo precede. Es así que, ante este reconocimiento, en distintas partes del Evangelio se nos muestra como «el enviado del Padre»; «Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo», ese es el enviado, el predilecto del Padre, el preferido, el amado.

 

Este preferido, predilecto y amado, viene a cumplir con la misión y no nos podemos desligar de esta tarea suya. «Padre, si es posible, aparta de mi este cáliz, pero que no se cumpla mi voluntad sino la tuya», y Él se ofrece como víctima de nuestros pecados.

 

Hay que darse cuenta de esta sumisión; no vivir de memorias o distraídamente, sino que también tenemos que ser introducidos en este misterio, Su Misterio, para identificarnos, para acercarnos, para agradecer y para tener una vida nueva. Quien contempla a Jesús, lo toca, lo ve y lo reconoce, no puede quedar igual.

 

Que esta visión de fe sobre Él, nos ayude a dar testimonio de que Él es el Hijo de Dios y que no hemos recibido en vano su marca, su sello, el bautismo. No archivemos nuestro bautismo en el último lugar, porque es nuestra dignidad de persona y de cristiano, por lo tanto debe ser brillante y no opaco

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