Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio San Juan 1,1-18 (forma abreviada): “Nace Jesús, renace la esperanza”.

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron (….) La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (…)

 

¡Nace Jesús, renace la esperanza!

Queridos hermanos: este Dios -que estaba antes de todo tiempo- nos muestra su trascendencia; una trascendencia que no es lejanía sino que se hace cercano, tierno, concreto, previsible como es la fuerza de su amor. Es el Dios de los hombres que se hizo uno de nosotros en todo, menos en el pecado. Asumió nuestra naturaleza humana, menos en el pecado.

 

No es un Dios lejano, cósmico, abstracto. Él ha puesto su morada, su presencia, en nosotros. También ha puesto su imagen y como que nos ha divinizado. Nuestra humanidad está divinizada, traspasada por la fuerza de su espíritu. Por eso nosotros, siendo humanos parecidos a Él, creados a imagen y semejanza suya, tenemos una identidad. Una identidad que está viva, que no puede prescindir este parecido, esta fisonomía.

 

Él nos ha dado la vida, es parte de nuestra historia; nuestro futuro se cumple obrando sus proyectos, no los nuestros. Por supuesto que Él nos crea, nos redime, nos santifica y permite que vivamos libremente, pero nos da fuerzas para que nuestras decisiones sean de acuerdo y conforme a su proyecto, a su plan, que es el mejor.

 

Pidamos en esta Navidad darnos cuenta del regalo que Dios nos hace, que lo contemplemos, que lo admiremos, que lo adoremos, que le agradezcamos, que también lo dejemos nacer de nuevo en nuestra vida y que no lo ahoguemos, no lo sofoquemos por la pereza, por la tibieza, por la injusticia, por la mentira, por el pecado.

¡Feliz Navidad para todos ustedes, para sus familias, para el mundo, para la Iglesia!
Ha nacido el Redentor, surge de nuevo la esperanza.

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