Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio San Lucas 15,1-32: “El perdón de Dios modifica y transforma”.

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido». Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse». Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido». Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte». Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus servidores: ‘Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y Festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue Encontrado’. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo’. El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!’. Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado’».

 

El perdón de Dios modifica y transforma
Estamos ante un Evangelio que lo dice TODO y fundamentalmente hay que poner el acento en la misericordia del padre, de cómo el padre recibe de nuevo a su hijo.

En este Año de la Misericordia en que nos encontramos es necesario reconocer que tenemos miserias ¡y son ciertas, las tenemos! Pero hay que reconocerlas para poder modificarlas. Esas miserias están sostenidas, ampliadas, sacadas por la misericordia del Padre. ¡Y Dios tiene misericordia! Frente a nuestras miserias lo más importante es la misericordia. Hay que reconocer los límites, los pecados, los errores, para que Dios -rico en misericordia- nos de la ternura de su amor y su perdón.

El Padre es el principal: no te juzga, no te condena, no te cierra las puertas; al contrario, se adelante, abre los brazos y te recibe. Esto es muy importante: Dios Padre nos abre los brazos por medio de Jesucristo y nos da su amor en el Espíritu Santo.

Este es nuestro itinerario, nuestro camino, nuestro peregrinar. En la vida es necesario reconocer los pecados, pero es necesario sobre todo reconocer la misericordia de Dios. El único que es capaz, puede y quiere perdonar nuestros pecados es Dios. Él puede hacer experiencia en nosotros y de personas viejas, ruinosas, hacernos personas nuevas y brillantes. Porque el perdón de Dios modifica y transforma.

Esto también nos hace llevar a compartir, con los demás, la vida en la alegría, en el servicio y en el anuncio de que Dios es rico en misericordia.

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