Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 14,23-29: «Amar y ser fiel».

Durante la última cena Jesús dijo: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: ‘Me voy y volveré a ustedes’. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.

 

Amar y ser fiel

Estamos en la despedida que Jesús tiene con sus apóstoles, donde les recuerda las últimas cosas más importantes. En primer lugar, el que lo ama debe ser fiel a su palabra; ¿qué significará amarlo y ser fiel a su palabra? Amarlo significa cuando una persona quiere el bien de la otra, cuando uno quiere contentar al otro, buscar el bien del otro. ¡Qué cosa tan hermosa es poder amar a Jesús con el mismo amor suyo! Ese amor, esa fidelidad, ese guardar en el corazón las cosas más profundas, más íntimas en la vida de uno, y poder serle fiel; no ser ocasional ni individualista, sino tener un amor de convencidos y que no pone condiciones. Realmente tenemos que aprender a amar al Señor.

Si nosotros tenemos su amor y lo amamos, el Padre también nos ama porque el Padre se expresa en el Hijo; así como Cristo glorifica al Padre, el Padre glorifica a Cristo. Él nos promete que ese amor del Padre, y el suyo, estará con nosotros y habitará en nosotros. En cambio, el que está distraído, que es orgulloso, que mira para otro lado, el que es superficial, no es fiel a su palabra. Tenemos que pedirle al Señor ser fieles no infieles, vivir con la voluntad expresa del amor porque tenemos que permanecer en su amor.

En segundo lugar, la obra del Espíritu Santo, que guía a la Iglesia y que el Padre va a enviar en el nombre de Cristo, nos va a enseñar y recordar todo. Enseñar para que uno aprenda y recordar lo que hemos aprendido. Estas dos acciones -enseñar y recordar- tendrán que estar presentes siempre en nosotros para que Dios nos siga enseñando y recordando aquello que nos ha enseñado.

Luego, nos deja la paz, una paz que es profunda, que es inalterable, que da alegría. También nos dice «no se inquieten, ni teman». Inquietarse, vivir con angustia, con desazón, sin esperanza, con miedos, son cosas que no hacen bien al hombre.

Pidamos al Señor vivir el tiempo del espíritu y que en la Iglesia vivamos el reino de libertad; esa libertad que la primera comunidad tuvo frente al desafío de imponer o no a los paganos la circuncisión; y no impusieron a los paganos ese rito, fueron libres; nosotros también tenemos que ser libres y preguntémonos -en este Año de la Misericordia- ¿qué cosas nos atan?, ¿qué cosas nos quitan la libertad?, ¿qué cosas nos esclavizan para poder vivir libres, responsables y coherentes en la Iglesia y comprometidos con Dios y con nuestros hermanos?

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