Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Marcos 10,46-52: Pedir con fe para ser sanados.

Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! Él te llama». Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

 

Pedir con fe para ser sanados
Uno de los atributos principales del Señor, es la Misericordia -el perdón, el amor- pero también es la curación: cura, sana, saca un mal y pone la salud o la devuelve. En este caso es un ciego de nacimiento, un pobre, un discapacitado, de quien Jesús escucha su clamor que le pide con fe «Jesús, Hijo de David, ¡ten piedad de mí!» y dos veces le gritó muy fuerte.

 

Es importante darnos cuenta que lo primero que pide o exige Jesús es la confianza, la fe; y que uno se abra ante Él para presentarle aquello que le pide o necesite y Dios lo concede. Lo concede cuando se lo pedimos con fe. Debemos saber que, si muchas veces eso que pedimos no lo concede, Dios nos escucha igual, nos transforma, nos cambia.

 

Recuerdo una mujer que tenía su hijo  muerto, fue a la Iglesia a rezar desconsoladamente y como a la hora y media vuelve al lugar donde estaba velándolo, el hijo seguía muerto pero ella tenía consuelo, tenía paz, había aceptado lo que Dios le había pedido, la vida de su hijo. A veces no cambia las cosas materialmente pero si las cambia espiritualmente.

 

Tengamos presente que la mayoría de nosotros vemos, es un regalo, un don, pero hay otros que no pueden ver físicamente; muchas veces creemos que vemos pero no vemos nada porque somos egoístas, somos orgullosos, estamos tapados por un corazón frío, por cosas materialistas, mezquinas, superficiales o debilidades.

 

Tenemos que pedirle a Jesús que cada uno sea capaz de reconocer su dolencia, su enfermedad, su límite, y que lo hagamos con fuerza: «¡Señor Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí, te piedad de nosotros!» Así, el encuentro con el Dios vivo nos transforma, nos potencia, nos levanta, nos cambia y nos envía para que también nosotros miremos bien, hagamos bien y -habiendo salido de esa anoche oscura, fría, tenebrosa- podamos vivir en la luz radiante del día, bajo el amparo luminoso del sol. Que nosotros también, sanados, cumplamos con nuestra misión. Que podamos ver, como Bartimeo, el mendigo ciego.

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