Hermanos: a veces el ser humano quiere vivir una vida sin Dios y otras veces vivir una vida tomando aspectos parciales de Dios, como si fueran caricaturas, estilos o formas a nuestra manera.

Esta afirmación del Evangelio de San Juan nos habla de que el Misterio está presente y estaba presente antes, fuera de todo tiempo; y la Palabra existía en Dios porque la Palabra es Dios mismo. Esa Palabra que el Padre pronuncia, el Verbo que se hace carne en el seno virginal de María, nos da a Jesucristo, al hijo de Dios, al Enviado, al Mesías.

Es la Luz que viene a iluminar y muchas veces, nosotros, no queremos recibir la Luz. Cuántas personas dicen “no, yo no me quiero complicar la vida; yo no quiero creer en Dios; yo no quiero que estas cosas me cambien la vida; ¡déjenme tranquilo!; ¡no quiero estar en estas cosas!; ¡no me hagan pensar!, y es así que vemos que en el fondo hay una resistencia a la Luz.

Sin embargo la presencia de Dios es la luz que nos trae la vida. Y es importante saber que, para el que cree, Jesús no nace por obra de la carne, ni por la voluntad del hombre, sino que es engendrado por Dios. Nosotros, por la fe, entramos en una dimensión especial con el Señor. ¡Pídanle a Dios! Que Dios que talle en la vida de cada uno de nosotros.

A veces se dan parcialidades: “estoy enfermo, entonces le pido a Dios”; “Dios es bueno porque me curé”; “Dios es malo porque no me curé”; hay un terremoto y se dice “¿por qué Dios permite esto?”; se mueren chicos y se dice “¿por qué Dios permite tal cosa?, ¡Dios no existe!, existiría si no permitiría esto”. Como si Dios estuviera supeditado a nuestros pensamientos, a nuestras necesidades y a nuestros caprichos. Pensar así es como entrar en la antecámara del ateísmo.

¡Dios es mucho más! ¡Hay que buscarlo a Dios! Cuando uno lo encuentra, lo sigue buscando para poder vivir una amistad con Él para siempre.