Reflexiones de Monseñor Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Marcos 10, 46-52 (ciclo B): «No quiero una vida superficial, quiero una vida profunda».

Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! El te llama». Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». El le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.»

No quiero una vida superficial, quiero una vida profunda»

Estamos ante un Evangelio muy conocido por todos nosotros. Trata un tema que siempre nos mueve: la ceguera, la no visión. Además se menciona el tema de la fe, la oscuridad, la luz.

En este año que el Papa nos invita, desde el 11 de octubre pasado, a vivir el Año de la fe, nos llama a renovar nuestra fe, a revitalizarla, a convertirnos de nuevo, a hacer un giro más profundo en nuestra vida y no quedarnos en cosas superficiales, externas, de costumbres, sino que de alguna manera nuestra vida cristiana sea una vida de convicciones y no de emociones; de decisión y no circunstancial, profunda y no acomodada a los vaivenes de los ámbitos externos, a lo que se dice, a lo que se hace, a lo que se estila.

Nos invita a vivir como si la cultura fuera la Palabra de Dios; como si la cultura fuera la razón absoluta de las cosas que tenemos que vivir; como si la cultura fuera siempre inocua y sana en todas sus propuestas. Porque muchas veces la cultura está viciada, está deteriorada, miente, es parcial, afirma algo pero niega cosas más profundas.

Por eso todos tenemos que preguntarnos ¿qué quiere Dios de nosotros?, ¿qué quiere Dios de la Iglesia? O preguntarnos también ¿qué decimos nosotros de la Iglesia y de los cristianos?, ¿qué decimos de aquél que fue monaguillo, o de aquél que tuvo un cura amigo, o del que fue a un colegio religioso? Porque ¿qué quedó después de todo eso?, ¿dónde lo dejó?, ¿en qué esquina se lo olvidó?

Tenemos que reflotar la fe y adherirnos personalmente, porque no seguimos a una ideología sino seguimos a la Persona por excelencia, que es Jesucristo. ¡Ánimo! ¡Levántate! El Señor nos llama. El ciego se topó con Él y Jesús le preguntó «¿qué quieres que haga por tí?» «¡Que vea!» dijo el hombre. No quiero una vida superficial; quiero una vida profunda. No quiero una vida llena de artificios, de plástico; quiero realmente una vida en serio; quiero vivir el tesoro de lo que significa Jesucristo. Y Jesús le dijo «¡vete, tu fe te ha salvado!». Que el Señor aumente nuestra fe para que vivamos más unidos a la Palabra de Dios, nos acerquemos con mayor frecuencia a los sacramentos y que tengamos la convicción –y no la pereza- de anunciar a nuestros hermanos esta gran noticia: Jesucristo es el Señor de la Vida, es el Señor de la Historia. Es nuestro Redentor.

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